lunes, 22 de agosto de 2011

Casas, quesos y cosas





Llegamos a Boston a media mañana. Un amigo de Eric nos ha invitado a pasar unos días, y a ambos nos ha parecido una buena idea, así que, relajados, nos hacemos la hora y media que separa West Hartford de Boston y antes de que nos demos cuenta, estamos divisando su skyline.

Boston es una preciosa ciudad de Nueva Inglaterra que yo conocí hace unos años. Aunque bien es cierto que no la conocí bien y que la experiencia de visitarla con dos americanos me parece muy interesante. No hay como ver las ciudades acompañados de sus habitantes.

La casa de Ketch está en un barrio llamado Windthrop in-the-sea. Parece ser que es un barrio obrero. Pero habría que repasar este concepto estando aquí. Es una de esas casas de madera blanca que tanto abundan y que serían la envidia de cualquier español de clase media que no puede ni imaginar poder comprar, en algún momento de su vida, algo ni lejanamente parecido . Además, sería absolutamente ilegal para la ley de costas. Está a una distancia ínfima del mar.

La casa tiene cuatro plantas y cuatro vecinos. Ketch tiene dos plantas pero cuando entras por su lateral, pareciera que lo haces a una casa independiente. Subiendo por la estrecha escalera con moqueta, uno no puede evitar recordar las casas inglesas. De hecho, Boston es la capital de Nueva Inglaterra, lo que asegura la influencia británica.

En la primera planta, nos encontramos con una cocina grande con una mesa con cristal circular al fondo. Y lo mejor de todo, tres ventanales que dan directamente al mar. No puedo imaginar lo que debe ser cocinar cada día con la compañía de la luz, del azul y del sonido de las olas...

A uno de los lados de la cocina, un corredor o terraza de invierno. Totalmente acristalada y preparada para aprovechar el sol y las vistas. Al otro, un salón decorado con muebles en wengé y con los mismos ventanales que la cocina. Luz a raudales y ausencia de tele por expreso deseo del dueño.

La planta se remata con una habitación enorme en la que dormiré yo y que huele a la misma gloria, con un ventanal en chaflán y un banco que dice "ponte aquí a leer un rato, anda...". Le hago caso y me siento en el banco de madera. Miro por la ventana y veo una preciosa casa celeste con una bandera americana. Detrás, una torre de agua con los colores de la bandera francesa. Todo combina, todo queda bonito...
Al lado de esta habitación, otra ocupada por el compañero de Ketch, quien, por cierto, debe ser un tipo ordenado y primoroso porque es lo que me dice su impoluta habitación.

En un lateral del salón, al igual que en un lateral de la cocina, sendas escaleras nos mandan al piso de arriba. Una de ellas, grande, con una barandilla de madera oscura y peldaños brillantes. La otra (parece ser que destinada a que subiera el servicio, una de las paradojas de que ahora esto sea un barrio obrero) mucho más estrecha y en espiral.

Esta da a un tercer dormitorio en el que cabe ampliamente una cama enorme y un sofá. Al lado de este, el que debe ser el dormitorio principal, con una extensión no menor de 40 m2 en el que además de una cama modelo "Las Vegas" (organizados, podría caber el Orfeón Donostiarra en pleno), un tresillo enorme, un enorme aparato de gimnasia, dos closet en los que caben una colección de cadáveres importantes (no sé por qué de repente me he acordado de "El silencio de los Corderos"), espacio para poder ser donante a los propietarios de mini pisos... y la que para mí es la joya de la casa: una terraza desde la que se ve y se siente el mar. Una gozada de proporciones estratosféricas donde acabamos el día bebiendo vino y charlando...

Una vez ubicados, nos acercamos a desayunar a un bar cercano. Y es entonces cuando podemos ver este barrio. La verdad es que no puede ser más mono, todo con casitas de colores, una luz preciosa y el mar al fondo, que siempre le da un color especial a todo.

Aparcamos frente a una barbería en la que parece que debiera estar Sinatra en sus mejores tiempos y nos dirigimos al bar. Al entrar, lo hago en el tunel del tiempo, y llego al 74, donde una joven Ellen Burstyn, encarnando el personaje de Alicia (sí, esa, la que ya no vive aquí), me sonríe, me saluda con un: "hey hun´how´re you doing?" y agarra su bloc para tomar nota de mi desayuno.

En el bar, diseminados como setas, diferentes perfiles: madre+hija+nieta desayunando, hombre barbudo enfrascado en su lectura, diversos habitantes del barrio sentados en las sillas altas de la barra hablando de lo divino y lo humano, e impresionantes polis sonrientes haciendo el break de su turno. Para quedarse imaginando historias toda la mañana...

Lástima que no podamos. Nos vamos a Cape Ann, a visitar algunos pueblos marineros de la costa. Al volver, y después de haber pasado un día magnífico, decidimos cenar en la terraza. Eric prepara una ensalada y un antepuesto. Chris (el primoroso room mate de Ketch) se une a nosotros. En la terraza preparamos unas brochetas de atún y gambas. Y bebemos vino. Y vemos cómo anochece. Y contamos las estrellas y visitamos las constelaciones. Y aún con el sabor del chocolate en la boca, nos separamos.

Pero yo llego a mi habitación y no puedo evitarlo. El banco del ventanal me sigue citando. Y le escucho. Pongo un cojín en mi espalda, subo los pies y agarro mi kindle. Y me siento en el paraíso. De verdad.

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