viernes, 31 de julio de 2009

Las hijas del Sr Clemens, la lluvia en Connecticut y la suerte de vivir en un bosque


Durante toda la noche había llovido. Si hubiera sabido antes que iba a venir de vacaciones a Galicia, me hubiera traido un paraguas y el chubasqueiro... El caso es que también llovía cuando me desperté, y un rato más tarde, y luego... así que pensé que una actividad cultural era la apropiada para el día.

Así que busqué en la guía de Nueva Inglaterra la casa de Mark Twain, le dije a Manolo que me llevara y en menos de media hora (eso sí, con lluvia de monzón) llegué al 351 de Farmington Avenue, en Hartford.

Como suele ocurrir en estos lugares de interés turístico, hay un enorme parking adyacente para que se pueda dejar el coche sin morir de estrés. Gracias a ello y al paraguas de Eric que está haciendo horas extraordinarias, pude llegar a la entrada del museo.

Pido mi entrada y de nuevo, y como en mil sitios, me piden mi código postal. Les digo que soy turista y que si quieren que les de mi código de España, encantada. Me dan la bienvenida calurosamente como si fuese algo extraordinario (que estoy segura que no lo es, pero se agradece) y me citan para la visita guiada de tres cuartos de hora más tarde.

Invierto ese tiempo en ver la tienda de regalos (me lo hubiera traido todo) y una pequeña sala con algunos objetos de la época (grilletes de esclavos, una imprenta, sus gafas y algunos objetos personales..) y una parte con bancos en los que había reproductores y se podía elegir escuchar las lecturas de algunas de sus novelas. Elijo un fragmento de "las aventuras de Huckleberry Finn" y durante los cinco minutos que dura la grabación me sumerjo en esa historia que tantas veces leí de niña... tengo que volverlo a hacer en cuanto vuelva, me digo.

Frente a mí, una madre intenta infructosamente que su hijo deje los cascos y salgan de la sala. El niño se niega y a mi me parece una escena preciosa... es dificil abandonar a Twain, verdad??

A las 3,15 comienza la visita guiada. La guía nos dice que vamos a visitar la casa como si fueramos invitados de los Clemens. Y nos dirigimos con ella hacia una casa enorme, color teja con un par de edificios delante que pertenecían a las viviendas del servicio y un jardín maravilloso que apenas se distingue tras la cortina de agua.
Abre la puerta con su llave y ya la primera imagen de la casa impacta. Un hall de entrada con las paredes con madera y marqueteria y una luz suave que imitaba a la antigua luz de gas.

A partir de ahí, un montón de curiosidades: los Clemens vivieron 17 años en esta casa en la que fueron muy felices y en los que fueron escritas las obras más conocidas de Twain. Una casa cálida, con muchos avances respecto a la época (cada habitación tenía baño propio, lo que en 1874 no era nada corriente y tenía un sistema de refrigeración y calefacción )y en la que a uno le apetecería instalarse en cuanto terminase la visita guiada.

Vemos el comedor y la biblioteca y la guía nos cuenta como era la relación de Mark Twain con sus hijas: en cada comida les contaba historias, tenían un código de colores como un lenguaje secreto y en la biblioteca, él hacía de elefante y ellas de cazadoras, todo esto en un mirador lleno de plantas con una cristalera maravillosa que ellos denominaban:"la selva". Les inculcó la pasión por la lectura y por el estudio y parece que era muy afectivo con ellas. Yo, que pienso que puedes llegar a lo que quieras, también tengo claro que tu casilla de salida vital es importante. Y creo que las hijas de Twain tuvieron mucha suerte de tener un padre así. La verdad.

Tal como está organizada la visita, y por las cosas que cuenta la guía como anécdotas de la familia y la época, uno realmente se siente como si hubiera sido, por una hora, huesped de los Clemens. Y uno siente que realmente fueron felices allí.

Salgo muy satisfecha de la visita (gracias Carmen por recomendármela) y me dirijo, bajo una cortina de lluvia al Stop and Shop para comprar una tarta para el postre (estoy invitada a casa de Juan y Vicky). Aquí no hay pastelerías como las de casa, así que puede ser una buena opción.

Por la noche, me dirijo hacia Simsbury y, cuando abandono la carretera principal, es como si me metiera en una montaña donde se adivina que vive gente solo por los buzones que se ven a ambos lados de la vía y alguna luz esporádica. La lluvia me impide disfrutar como quisiera del viaje, pero me hace sentir como si fuese al lugar más aislado del mundo. Veo niebla y visualizo una foto de un hada apareciendo por el bosque. La verdad es que sería bonito poderla hacer...

Llego a casa de Juan y Vicky y es un gusto. Son tan acogedores que es como estar en familia. La enorme casa además, me da una sensación conocida, como una casa de pueblo española americanizada, lo que tiene un punto muy interesante.
Cenamos con otros amigos salmón, maiz y ensalada, regado con cava que siempre casa bien. Nos quitamos la palabra unos a otros y acabamos a las mil.

Y, despacito porque llueve a cántaros y hay poca luz, me vuelvo, encantada del día, a esta estupenda casita que tengo okupada...

jueves, 30 de julio de 2009

On the beach


Ayer amanecí temprano.
Eric escribió a Sue para decirle que me tenía que llevar a la playa y a comer a un sitio que le gusta mucho, y ella inmediatamente se puso a la tarea.
El tiempo aquí no estaba de rechiflar, pero pensé que mejoraría según llegase a Durham dondenormalmente es mejor. Pero... no fue así aunque a pesar de todo, ella agarró una especie de quilt para sentarnos en la arena, los bañadores y el bronceador (que no se diga que no somos gente positiva.

Recorremos las pocas millas que separan Durham del Hammonasset Beach State Park y antes de que me de cuenta estamos entrando en el parking, el trayecto se me ha hecho cortísimo, creo que si algún día sale el sol me iré a pasar el día allí.

Como hace mal tiempo y no nos vamos a quedar, le decimos a la chica de la garita de la entrada (una entrada con carriles como las de las autopistas de peaje) que nos deje pasar sin pagar los 7$ que cuesta dejar el coche allí. Ella nos dice que podemos pasar 15 minutos a echar un vistazo. Sue le dice que anote el número de la matrícula y ella dice que no, que no hay problema. Sue me comenta que se fia de nosotras por sus canas (yo pienso que aquí se fian todos de todos mientras no les demuestres lo contrario).

Carmen me dijo que aquí las playas son privadas. Este concepto que en España es inexistente y que además obliga a servidumbres de paso a fincas lindantes con la playa aquí es normal y parece ser que cada verano, motivo de polémica puesto que hay algunos que no son nada partidarios de no tener playas (lo normal). Por la tarde, de hecho, estuvimos conduciendo por la costa por playas preciosas a las que solo puedes acceder si eres vecino y pagas tu tasa correspondiente. Además, solo puedes ir a la playa que te corresponda, lo que yo creo que dificulta mucho que conozcas a nadie fuera de tu entorno. Al final, los habitantes de Connecticut van a acabar como los Borbones, con poca mezcla de raza ...

La playa de Hammonasset es una de las pocas donde los que no viven en el mismo vecindario pueden acceder. Y esto, en principio augura cienes de personas aquí. No las encontramos. Claro que puede ser porque el tiempo bueno bueno no es, pero sin embargo, cerca de la entrada vemos la zona de acampada con el cartel de "lleno total", así que la segunda razón debe ser que es tan larga que hay sitio para todos.

Según paramos para ver la playa, me doy cuenta de lo que echo de menos el mar. Siempre pienso que en otra vida debí ser pez, por muchos motivos, pero uno de ellos es que cada vez que meto los pies en el mar, me siento en casa.
La playa es bastante salvaje, con dunas, del estilo de la de Eastham en Cape Cod, y hay una zona en la que unos cuantos valientes se bañan. No podemos aguantar la tentación y metemos los pies y disfrutamos de ese momento tan agradable.

Detrás de la playa hay una explanada amplia, con unos postes gigantes de madera que Sue dice que son para las aguilas. Mientras nos limpiamos los pies para entrar de nuevo en el coche, hablamos con un hombre que piensa que el día es maravilloso para pasarlo en la playa a pesar de las nubes. Yo le digo que de donde vengo estamos acostumbrados a tener el sol en la playa. El me pregunta que de donde vengo y le digo que de España y me responde en correctisimo español que "a veces no hay quien aguante el sol allí". Sorprendida, le pregunto cómo es que habla tan bien español. Y me dice que es Español, que nació en Barcelona y que hace unos años que trabaja en Connecticut. Ya decía yo que tenía un aspecto diferente...

Después de la playa decidimos irnos de shopping y más tarde a comer al sitio recomendado por Eric, el Lenny & Joe's. Un lugar encantador, familiar y especializado en pescado, algo que echo mucho de menos aquí.

Llegamos al restaurante y la camarera saluda a Sue con un abrazo. Parece ser que es la mujer del handyman (el hombre que hace chapuzas en las casas) que a veces va a casa de los Collins.
Comemos una sopa de pescado para poner un piso al cocinero. Tras ella, un roll de lobster riquisimo con ensalada de col. Creo que es el día que más me ha gustado la comida desde que estoy aquí..
A la salida, desfalco el stand de las camisetas para que los niños vayan todos iguales de Lenny & Joe's que fijo que es un sitio que en Madrid no conocen y eso siempre mola...

Por la tarde y como estaba previsto, comienza a llover. Cenamos en casa de Sue con Owen y Nancy y me vuelvo porque parece ser que tengo un invitado para dormir. Cuando llego compruebo que está como en casa. Incluso se ha traido una nevera portatil para sus cervezas y una serie en DVD.

Hoy me voy a jugar a los chinos si me acerco a la piscina o no... parece que hay sol pero dan tormentas... el tiempo en Connecticut está loco loco...

martes, 28 de julio de 2009

Swimming pool day



Una de las cosas que más me gustan del verano (y del año en general) es la sensación de, después de un buen baño en la piscina, secarme al sol. Creo que pocos placeres habrá comparados a este que además tiene la ventaja de que ni engorda ni es pecado, con lo que les gana por goleada.

Así que una de las cosas que le pregunté a Eric antes de venir es si había alguna piscina cercana. Y la hay. Curiosamente a tres minutos andando de su casa.
Claro que no todo podía ser perfecto, y Eric ignoraba si tenía pases de piscina, dónde y cómo funcionaban.

Pero me dijo eso de: "vé y dile al tipo que vives en mi casa y que te deje entrar...". Y esto pensaba yo hacer. Lo característico de este verano en Connecticut es que está siendo dominado por las tormentas y que muy buen tiempo no hace. Entre eso y que mi vida social está ocupando gran parte de mi tiempo, no tuve oportunidad de ir.

Ayer, viendo el weather forecast, dijeron que hoy haría bueno. Así que en previsión, y antes de tener que volverme a casa con mi toalla, mi libro y dos palmos de narices, ayer me pasé por la piscina a preguntar si me iban a dejar pasar.

El chico, un asiático con un acento atroz, me pidió el carnet. Y allí que iba yo con mi speech preparado: "Soy la habitante de la casa 310, el dueño está en España y no recuerda donde está su carnet, pero me ha dicho que me dejariaís entrar" (seguido por mi mejor sonrisa de: soy extranjera y rubia...)

Cuando ya pensaba que el tipo me iba a mandar a hacer puños para hoces, sorprendentemente coteja en su lista si Eric estaba y... bingo!!. Así que me da un formulario de tres folios para que lo rellene.

Yo, viendo el solecito, la piscina en forma de haba y el árbol gigante con hamaca debajo donde me pensaba poner al día siguiente le dije por supuesto a todo que sí, que me lo llevaba a casa y ya lo traía mañana.

Hoy, con nubes y claros he ido de nuevo. Eso sí, hoy ya con el kit de bañista piscinera clásica (bañador, toalla, pareo, bronceador, chanclas, libro e ipod) y... mala suerte... no estaba el vietnamita...

Cuando pensaba que iba a tener que explicarle de nuevo la historia al doble del Michael Jackson cuando este tenía 15, he pensado que mejor ir a la política de hechos consumados. Así que le he largado el papel relleno con los habitantes de la casa 310 (Eric, te he puesto a tí también... :D :D) y el tipo en dos minutos me ha traido un carnet plastificado con mi nombre. He flipado. Esto es eficiencia y fiarse de los otros, desde luego...

La piscina es muy agradable. Una praderita rodeando las dos piscinas: la de adulto y la infantil. Hay ardillas visitantes, no hay duchas (se supone que no les debe preocupar la grasa de los bronceadores), hamacas diseminadas y curiosamente mesas de las de hacer picnic en el campo... claro que cuando he visto que los pocos que venían lo hacían con fiambrera y nevera portatil, lo he entendido todo...

Así que me he pillado una hamaca y me he dispuesto a disfrutar del sol... cuando ya llevaba un rato he pensado que debería hablar con alguien, por eso de la práctica, pero lo que había por allí no era de mis perfiles favoritos: dos mujeres beyoncenianas, a lo suyo con sus niños, una mujer en la piscina, con gafas de bucear que se ha pasado todo el tiempo que he estado allí mirandose los pies bajo el agua, una pareja de jóvenes encantados de conocerse... menos mal que he descubierto a mi amiga perfecta del día...

Tiene 9 años y se llama Isabella. Este año ha aprendido a tirarse de cabeza, aunque le entra agua por la nariz y no le gusta. Por ese motivo, el pino lo hace tapándose la nariz con la mano y no le queda muy allá. La voltereta la hace mejor, y su especialidad es tirarse de canto.

Hemos hecho unas carreras en las que me ha ganado en todas, me ha dicho que ha venido con su tía (que se ha dedicado a pimplarse una bolsa gigante de pringles aprovechando que había colocado a la niña) y que a ella le gustaba mucho nadar y que quería ir a las olimpiadas.

Y todo esto con un inglés exento de esfuerzos por que la entendiera, por supuesto.

Hemos quedado en vernos el jueves y practicar cómo tirarnos de cabeza con salto. A ver como nos salen.

Después de esto, me he vuelto a casa porque tenía un curso de arreglos de jardín. Y es la primera vez que nos da plantón el profesor. El otro chico (al que por supuesto le he pegado una charleta importante, no lo hago por vicio sino por la crisis, que tengo que aprender inglés como sea...) estaba indignado y ha dicho que les iba a escribir para que le devolvieran su dinero y que no esperaba más (yo hubiera esperado algo más, la verdad) y que el barrio era fatal y que no debería quedarme sola allí.

Así que he puesto pies en polvorosa y me he venido para casa. Hoy he decidido darle al play en el CD del coche de Eric.
Y, mientras recorría la zona residencial de West Hartford, he escuchado la canción que probablemente menos le pegaba a este entorno... yo creía que solo a mí me gustaba esta canción...

Y cantando a grito limpio, llego, antes de que oscurezca, a Wisteria...

yo no te pido la luna
tan sólo quiero amarte
quiero se esa locura que vibra muy dentro de ti
yo no te pido la luna
sólo te pido el momento
de rescatar esta piel y robarme esa estrella
que vemos tú y yo al hacer el amor



lunes, 27 de julio de 2009

El río de la casa de Nancy



No sé bien si por ser hija de topógrafo o por algún otro motivo desconocido, siempre me han provocado mucho interés esos conflictos familiares y vecinales sobre las lindes. Supongo que bajo esto subyace el sentimiento de propiedad tan hispano que a veces ha generado que familias armoniosas dejasen de serlo y que vecinos que hasta ese momento se prestaban el pan y la sal acaben más enfadados que los hermanos de Puerto Hurraco.

Es por eso por lo que el sistema de casas diseminadas en las praderas como si fuesen setas que llevan por aquí me llama poderosamente la atención. Siempre me pregunto dónde termina una casa y empieza otra, lo que en España es fácil de saber: donde está la valla (aunque siempre hay vecinos que tienen tendencia a sacar la sillita un poco más hasta que se van haciendo con los territorios, pero eso es otra historia que deberá ser contada en otro momento...)

Y no solo es el tema de la propiedad. Es, sobre todo, el tema de la pradera. Creo que no he visto una sola casa desde que he llegado aquí que tenga el cesped mal cuidado o el jardín estilo selva que tanto se lleva en la sierra madrileña. Supongo que a nadie le gustará estar segando el cesped del vecino por muy chulos que sean esos carritos del estilo del de Forrest Gump. El otro día le pregunté a Brad por esto, y me decía que para ellos no es tan importante si una casa termina en ese seto o en el otro, porque hay libertad para pasar por los prados.

Uno siempre tiene la tendencia a extrapolar las vivencias a las propias del lugar de origen y la verdad es que no veo que esto fuese un sistema que gustase nada en España. La sola idea de tu vecino poniendo sus zapatos en tu cesped recien cortado fijo que no era nada interesante.

Sin embargo, a mi me parece un sistema estupendo. Es como cuando yo digo en las reuniones de la comunidad que la gente tiene que entender que tan suyo es el portal como su piso y que hay que cuidarlo igual. En realidad lo que aquí llevan es una vida en comunidad mucho más que si vivieran en un bloque de apartamentos.

Ayer fuimos a cenar a casa de Nancy. Tiene una casa preciosa (como no!!) y un cesped maravilloso supongo que consecuencia a partes iguales del clima de aquí y el trabajo de su marido. Le pregunté a Jimmy dónde terminaba su finca, y me dió unas indicaciones vagas sobre aquel pino y el otro seto...

Pero lo más alucinante es que en la parte de atrás del jardín, Nancy tiene un rio. Si señores, un rio con sus piedras gigantes, sus árboles y su corriente. Un rio donde los niños se bañan y hacen fuego de campamento. Cuando lo ví no pude dejar de acordarme, de nuevo, de mis sobrinos y lo que disfrutarían en un lugar como este.
Les pregunté qué pasaba si alguien se quería bañar en el río. Y ellos me dijeron que lo podían hacer. Pero me da la sensación de que no es por servidumbre de uso sino porque aquí debe haber tantos kilómetros de rios que no merece la pena meterse en casa de nadie (casa que no tiene valla, por supuesto) para bañarse.

Tengo una amiga que tiene un Renoir en su casa. Ahora tengo una amiga que tiene un río. Bien pensado es mejor el río. No tienes que pagar un seguro carísimo y además sabes que nadie se lo llevará. Creo que definitivamente, si tuviera que elegir, me quedaría con el rio. Fijo


sábado, 25 de julio de 2009

Vamos de excursion



Ayer amaneció con sol. Y esto fue una novedad, porque durante la noche no sé la cantidad de litros de agua que debieron caer por este rincón del mundo... pero fueron muchos, de verdad.

A las ocho teniamos el meeting point para ir con la westlife a ver las ballenas a Plymouth (Massachussets). Puntuales y organizados, vamos entrando en un autobús escolar. Somos unos cincuenta, con perfiles muy diferentes. Varias madres con niños (¿los padres durmiendo?), un grupo de hispanos dignos de ser protagonistas de un episodio del programa de Jerry Springer... una familia de color con tres hijos que dudo que quepan en el autobús (deber ser de los alevines de la NBA), una mujer vestida como si fuese a Pachá de ligue, algunos matrimonios senior.. y yo.

Con mi Lacoste azul marino, mis vaqueros y mis menorquinas amarillas desentono total en este grupo humano. Pero en estos casos lo mejor que se puede hacer es sonreir, así que en seguida recibo lo mismo de vuelta.

El viaje a Plymouth dura unas dos horas y media. El autobus nos deja en la zona del puerto, donde se cojen los barcos para el whale watching. Nos dan las instrucciones del día en un papel y nos emplazan dos horas y media más tarde para coger el barco.

Estupendo!! tengo un rato para visitar esta pequeña ciudad. Cargada con mi cámara voy andando por lo que en España se denominaría paseo marítimo pero que es muy diferente. Las baldosas haciendo dibujos sinuosos se susituyen por praderitas y bancos, donde uno se puede sentar a ver el mar.

Me llego hasta la Plymouth Rock que está en una especie de templete frente al mar. Esta piedra simboliza el lugar del desembarco de William Bradford y los peregrinos del Mayflower. Es como un símbolo de la primera roca que pisaron los peregrinos al llegar a Estados Unidos.

Después me acerco a ver el Mayflower (bueno, más bien una reproducción) que está frente a la roca. Y una vez vistos los principales lugares de interés cultural, me dirijo hacia la zona histórica.

Me encuentro con un casco antiguo típico de la zona de Nueva Inglaterra: casitas de madera, con colores suaves, preciosas. Me recuerdan a las que aparecían en la película Tiburón (voy a ver si Carmen me recuerda el nombre del pueblo en el que se rodó). No puedo evitar compararlo (y mira que no me gusta hacer eso) con Provincetown, y Plymouth pierde: la alegría y el ambiente de la pequeña localidad de Cape Cod abruman al visitante y dejan un regusto inolvidable.

Visito un local market donde venden productos locales y artesanales: miel, hortalizas, colchas bordadas a mano... curioso.

A la 1.15 estoy puntual en el lugar desde saldremos con el barco. Somos muchos menos de los que eramos la última vez que fui a ver ballenas... ¿será la crisis?.
Entro la primera en el barco y le pregunto a una mujer del cuerpo de guardacostas cual es el mejor lugar (la mujer tiene los sesenta cumplidos, debe medir al menos 1,80, es rubia y lleva las coletas que suele llevar mi sobrina Isa..). Me dice que mejor en uno de los laterales pero que me podré mover. Así que me pongo en un banco en el centro del barco, en un lateral.

Detrás de mí escucho hablar en francés y me doy cuenta de que Lolita ha venido. Entre tanto americano, una chica de quince años, con biquini blanco y minipantalon, gafas de sol panorámicas y melena rubia, tumbada en uno de los bancos, llama bastante la atención. Sobre todo si ella se encarga en hacerlo... A su lado su compañera de intercambio, americana (si las ves de espaldas podrían ser clones), con granos, gafas y una camiseta de Tommy Hilfiger, algo avergonzada por la indiscrección de su amiga...

El camino hasta donde las ballenas están dura alrededor de una hora. Mientras, una bióloga marina nos cuenta millones de cosas sobre ellas. Algunas las entiendo, otras no me interesan pero hago el esfuerzo.

Empezamos a ver ballenas y los niños empiezan a emocionarse. Al principio ballenas pequeñas, ballenas bebé las llamaba la bióloga. Y tardamos mucho en ver las grandes.
Eso sí, cuando se ven son toda una experiencia. Uno de los barcos está a su lado y ellas juegan, saltan y aprovechan para comer... y cuando emergen, decenas de gaviotas las rodean (se comen el pescado que ellas arrastran) y es un precioso baile de color y vida.



Hago muchas fotos. Quizá alguna esté bien. Ya las veré en Madrid con el lightroom porque aquí con el portatil y el photoshop ni me molesto. Hago fotos de la gente que me interesa más. Realmente parecemos diferentes. En realidad no sé si lo somos.

Llegamos a Plymouth después de una hora de camino de vuelta disfrutando del sol y de la brisa del mar. Hoy me siento como de vacaciones de playa, de las de toda la vida.
Tenemos tiempo para dar otra pequeña vuelta. Me dedico a observar a todos los moteros de Harley que veo por allí y que son muchos, con motos tuneadas y aspecto de malotes.

En el autobús de vuelta nos ponen la tercera parte de Indiana Jones. Eso sí, para no molestar a los que duermen, practicamente inaudible. Así que a los que duermen les molesta la luz de la pantalla y a los que vemos la peli nos molesta no escucharla. Por no molestar a nadie se molesta a todos, como en la vida...

Llegamos on time y la organizadora nos va despidiendo uno a uno. En el parking lot del Target me espera pulgoso (la idea de ir andando de noche por aquí a casa me ponía los pelos de punta, así que decidí bajarme en coche)para traerme a esta encantadora casa que tengo okupada....

jueves, 23 de julio de 2009

Donde reside el amor


Donde reside el amor es una preciosa película del año 95 protagonizada, entre otras, por Winona Ryder y Ann Bancroft que relata la historia de una mujer con una crisis de pareja que para poner distancia física y mental decide ir a casa de su abuela, donde entre esta y unas amigas le estan confeccionando un quilt para su boda.

Ese quilt donde cada una pone su historia es una mera excusa para disfrutar, durante la hora y media que dura la película, de un intercambio de sentimientos, vivencias y emociones muy especial. Cada una de las mujeres se desnuda en ese momento en el que las barreras bajan, la tensión se relaja y uno solo tiene que pensar en lo que tiene entre las manos.

Yo, al contrario de lo que le pasaba a las protagonistas de tan bella película, odio coser. Y no solamente lo odio sino que además, es algo que me estresa. Por eso cuando esta tarde he llegado al curso sobre bolsos navajos que comenzaba hoy he pensado que mi madre se estaría matando de la risa allá donde estuviera, solo de ver el estrés que me provoca el enhebrar un hilo en una aguja.

Sin embargo, y ya que tenía tres horas por delante en tamaña labor he pensado eso de que con lo bien que cosía mi madre lo mismo algún gen despistado me quedaba. Y me he puesto a la tarea.

En un momento determinado, mientras la profesora nos contaba que su hija se casaba en Pennsylvania el mes que viene y cada una de nosotras hablaba de su vida y su momento, me he visto protagonista de esa película. He mirado desde arriba y he visto una escena tan relajante, tan cálida y tan especial que incluso he disfrutado cosiendo las minúsculas cuentas del bolsito navajo, una tarea que requiere concentración total que, en algunas ocasiones, es algo muy interesante, la verdad.

Las tres horas se me han pasado en un plisplas. Y, algo más tranquila que cuando salí de casa, vuelvo conduciendo despacito entre los reflejos que la lluvia, un día más, nos deja en esta parte del mundo...


Marhsalls



La primera vez que Carmen me dijo que tenía que ir a Marshalls, dijo que cuando llegara, lo primero en lo que iba a pensar es en matarla a la vuelta y pensar: ¿por qué narices Carmen me ha mandado aquí?. El otro día estuve en Marshalls y no tuve exactamente esa sensación. Luego supe el por qué: no había ido al big big Marshalls....

Lo primero que presagia la catástrofe es una hilera kilométrica de carros de plástico (mucho menos pesados que los de nuestro Carrefour) a la espera de clientes.
Cuando las puertas se abren y el golpe de aire frío te da la bienvenida, la mirada no alcanza para ver el final. En ese momento da hasta agonía -que dirían los andaluces- pensar en lo que queda por delante.


La sección de ropa es simplemente inmensa. Enormes hileras de percheros, ordenados por tallas en los que lo mismo puedes encontrar un vestido de tirantes tipo tienda de chino que un modelo original de Donna Karan, Tommy Hilfiger o Ralph Laurent.

En esta ocasión, prefiero dejar la ropa en segundo término. Hay tanta que no tendría tiempo. Así que optamos por decidirnos a visitar la sección de zapatos. Estados Unidos es el reino de las flip flop (zapatillas de chancla de toda la vida en Madrid). Las hay de todo tipo de modelos, colores y diseñadores. Nos probamos mil y no nos compramos ninguna a pesar de que en un arranque consumista podría habérmelas comprado todas, pero pienso en todo el tiempo que me queda por aquí y en otras oportunidades que tendré de venir.

Paseamos por la ropa de niño y alucino. Modelos de Timberland con camiseta, sudadera y vaqueros originales para niños de un año y pico 14.99 (alrededor de 10 euros). Zapatillas all star unos 9 euros al cambio. Me pregunto por qué la ropa será tan cara en Madrid en comparación a esta...

Pero el acabose llega en la sección de ropa interior. En Madrid, si tu talla es mayor que la 90, te ves abocada a ir con sujetadores de yayona o a pagar un congo por cada uno de ellos. Aquí veo hasta la talla 115 en muchos de ellos. Y no los típicos, sino una variedad espectacular: de todos los colores, los modelos, de rayas, de cuadros, de flores, de colores fluorescentes, de camuflaje... impresionante!!. Me llevo 8 al fitting room y me divierten muchisimo. Miro los precios: 10,99$ (alrededor de 7€). Va a ser el momento de la renovación de mi underwear...

Seguimos avanzando y vamos a la sección de muebles. Veo una cómoda pintada a mano, preciosa por 129$ (90€)y pienso en mis recién comprado muebles de El Globo que me han costado un poco más... Voy a la sección de menaje, a la de plantas, alfombras, maletas y sigo alucinando con los precios.

Llega un momento en que uno se siente algo superado y hay que huir. Menos mal que salimos a tiempo para tomar el lunch en Max Amore, un lugar encantador, como ese en el que tomaban copas cada tarde los protagonistas de Ally McBeal.

Le pregunto a Sue como va el sistema de propinas aquí. Ni corta ni perezosa le cuenta a nuestra camarera que soy de fuera y que estoy interesada en ello y la camarera, amablemente me comenta que tienen un sueldo fijo bajo (alrededor de 100$ a la semana) y que el resto de su salario depende de las propinas (me imagino preguntando esto a un camarero en Madrid y pienso la cara que me hubieran puesto)

Terminamos la tarde en un shopping center estupendo. Entro en Jill's y me gusta todo. Vamos directamente a la sección de Sale y encuentro una blusa estupenda. No la tienen de mi talla asi que llama a todas las tiendas y queda en mandarla a casa de Sue con el precio rebajado y sin cargo adicional. Increible. Cuanto tenemos que aprender en lo que se refiere a atención al cliente en nuestro país...

De camino a casa de Sue paro en un cementerio cercano. Tan diferente a los nuestros. Mucho menos pretencioso, solo hierba y pequeñas lápidas alineadas. Me siento al lado de un árbol gigantesco y siento la paz de ese lugar. Más tarde le pregunto a Brad y me dice que solo en Nueva Orleans las tumbas están por encima de tierra. Esto recuerdo haberlo escuchado cuando fuimos allí y nos contaron que estaban en alto porque las crecidas del Mississipi hacían que a veces los muertos aparecieran en cualquier sitio. Parece ser que este peligro no lo tenemos aquí (gracias a Dios).

Después de un ratito me dirijo a Durham donde vamos a cenar con Emily, la prima de Eric y su novio. Ella, encantadora, me cuenta su viaje a Yellowstone y a Glacier Park. Cenamos en una mesa en el jardín, en la parte trasera de la casa y disfrutamos de una temperatura excelente y de un atardecer precioso.

Cuando empieza a oscurecer vuelvo a casa. Localizo una emisora que es como nuestra M80. Y antes de que sea consciente de que he hecho el camino, llego a la desviación de Corvin Corner...


miércoles, 22 de julio de 2009

Rainy day




Ayer amaneció lloviendo. Pero esto lo sentí antes aún de abrir la ventana. Mi espalda me avisaba, implacable.
Y a pesar que no apetecía más que quedarse leyendo bajo el edredón, me levanté al primer toque del despertador.
Como cada día, lo primero que hice fue ir a la cocina y levantar el estor. Observar esta calle tan Wisperia y ver como el vecino vuelve de nosedonde. Pensar en lo diferentes que son nuestras vidas y conectar la cafetera. Medio embobada, el aroma a marcilla traido desde Madrid me dice que tengo que moverme.

Me ducho, me visto y me dispongo a conducir el estupendo convertible del padre de Eric... lástima que esté disfrutando de un descapotable un día de lluvia torrencial... en fin, lo mismo me lo deja algún otro día. El otro día me encantó la sensación de conducir sin capota, con mi gorra y mis gafas de sol. Casi me sentí de la tierra.

Llego a Shelton a media mañana. Mi destino: la empresa con la que llevo colaborando tres años y en la que solo conozco al responsable de los free lance. Me hace ilusión conocer a esos compañeros con los que trabajo en equipo en remoto y que tantas veces nos hemos escrito.

El encuentro no defrauda mis expectativas: es un placer comprobar que en la distancia corta las personas suelen ser mejores. A partir de ahora, intuyo que los mails serán más cálidos.

Como con Rick en un chili's. Una de esas ensaladas gigantes que tienen por aquí y con la que sobreviviría una familia entera de la India. Hablamos del trabajo, de la situación y de cosas más interesantes, como que se ha comprado un camión de bomberos de segunda mano (esto tuve que confirmarlo tres veces por si me había enterado mal) que ha restaurado y con el que estuvo, por ejemplo, en la parade del cuatro de Julio. Me dice que a veces se lo presta a los amigos para sus fiestas de cumpleaños. Me lo ofrece igualmente a mí. Yo me imagino a Jonete en el camión y no puedo con la vida. No se cómo pero hay que llevarlo. Seguro.

A la vuelta voy a Durham a cambiar el convertible por el coche de Eric. Me encuentro a Nancy en la barra de la cocina, bebiendo vino. Le pregunto disimuladamente a Sue si lleva allí desde hace tres días (fue la última imagen que tuve de ella). Ella se rie y me sirve un vino. Aprender inglés no sé si lo haré, pero voy a ser una experta en vinos americanos...

Vuelvo escuchando la 92.5 en la radio. Empiezo hasta a saberme las canciones. Es un camino agradable, aunque llueva. Todo consiste en disfrutar del clima, verdad???

martes, 21 de julio de 2009

Healthy Food


Una de las cosas que uno descubre en el minuto uno de poner el pie en Estados Unidos es la especial relación que tienen con la comida. Desde los puestos de pretzels y donuts del aeropuerto al aluvión de pizzerias y hamburgueserias, pasando por los restaurentes italianos y chinos (qué decir de los carritos de perritos calientes de Nueva York, pecaminosos totales...), todo incita a comer. Bueno, no solamente a comer, sino a comer un tipo de comida denominada "fast" porque tan rápido como se come tan rápido se instala en tus caderas.

Así que este año y conociendo el percal he decidido prescindir la mayor parte de veces posible (en algunas ocasiones es casi inevitable) de ese tipo de comida e inclinarme hacia la healthy food. Gracias a la recomendación de Carmen de visitar el stop and shop (con una zona de fruta y verdura fresca maravillosa)y al hecho de comer o cenar en casa la mayoría de las veces creo que puedo tener este tema controlado o, al menos vigilado de cerca.

La buena noticia es que desde la primera vez que viene a ahora, ha habido un cambio en la oferta de los super y la fruta y la verdura y, en general, la comida saludable, se ha hecho un hueco en el mercado.

Ayer Delia y yo quedamos para cenar, y fuimos a una especie de mercado de comida fresca en el que había una barra de ensaladas maravillosa (y de todo tipo de comida que ni quisimos mirar...). Lo curioso es que ibas con el plato y la misma cajera que te cobraba las coca colas, pesaba el plato y te lo cobraba. Fuera de esta zona había otra en la que uno podía comer lo que había comprado. Eso sí, viendo, mientras degustas orgullosa tus espinacas, que el tipo de al lado se está pimplando una cuatro quesos cuyo aroma te puede matar en cualquier instante...

En fin, todo sea por los nuevos modelos de otoño...

sábado, 18 de julio de 2009

I want to be like Huckleberry Finn


Hoy amaneció lloviendo. No era una lluvia fuerte, ni siquiera sonaba al chocar con el suelo. Era más bien una lluvia asturiana, de esas que pareciera que ni siquiera mojan, pero que molestan.

Así que pensé en ponerme unos zapatos cerrados, coger el paraguas y prepararme para otra potencial thunderstorm de camino a Durham.

Sin embargo, y como las predicciones del weather channel, que pueden cambiar en cuestión de minutos, cuando salí a la calle había dejado de llover e incluso tímidamente asomaba el sol.

Como mañana es el cumpleaños de Sue, cogí el coche en dirección a Marshalls, un lugar que según mi mejor amiga Carmen debía visitar sí o sí, a ver si encontraba algo que regalarle. Y eso que regalar algo a alguien a quien apenas conoces es complicado, pero como de igual manera tendría que ir porque si vuelvo sin hacerlo Carmen me matará, me llego a uno que hay en West Hartford.

Como todas las tiendas de aquí, es enorme. Entro y veo la sección de zapatos. Craso error. Miro y oteo así de lejos alrededor de cincuenta modelos de esclavas. Me pruebo unas y me encantan. Y las otras también. Y de lejos, unas flip flap me llaman... así que como veo que mi vida va a ser un sindios allí y que solo tengo una hora,opto por irme, fundamentalmente por el bien de mi economía.

Al lado, en la food court veo que hay plantas. Quizá sea una buena idea regalar una, es algo poco comprometido y que en general, gusta. Entro y en seguida diviso una orquidea aterciopelada color violeta oscuro que me gusta. El floristero, un tipo con una media melena a lo Peter Horton, me pregunta si necesito ayuda. Le miro y me sonríe. Y su sonrisa multicolor ilumina el super...

Le pido una funda para el tiesto y se ofrece a ir a buscarme una. No, digo yo, ya voy yo. Pero antes de terminar, con esta amabilidad que gastan por aquí, había vuelto con tres tiestos que podrían servir. Me sugiere uno pero me dice que mejor en azul (a mi a estas alturas y epatada por la sonrisa multicolor tanto me da un color que otro) y va a buscarlo. De repente, busca en su mostrador y saca un tiesto de zinc en verde oxidado que es el que le va fetén. Le doy las gracias y cuando voy a pagar me dice que es un regalo. Increible.

Llego a Durham y me voy con Sue y su familia a casa de su sobrina. Es el cumpleaños del niño y han quedado alli. Sue lleva nachos y sangría y allí hay pizza y alguna otra comida saludable.
Cuando llego me siento como si fuese invitada a la mesa con la familia de "little miss sunshine". Me siento en una silla y abro bien los ojos. Qué suerte que tengo de poder estar en ambientes tan diferentes al mío. Todo tipo de perfiles en esta reunión: niños, jovenes, mujeres de mediana edad, hombres de todo tipo... Me presentan y voy charlando con ellos. Me encuentro a un hombre que me habla de la Barcelona del 72. Yo casi ni recuerdo la de antes del 92, así que lo que me cuenta me suena a chino. Otra mujer me pregunta cuanto tiempo voy a estar y muchos dicen que mi inglés es encantador. Y, como diría mi amigo Jose, ellos son muy majos.

En un momento determinado, le dan los regalos al niño. Y tiene tantos que no sabe ni a cual hacer caso de los nervios y la excitación. El resto le ayudan a abrirlos, juegan con él... pero en diez minutos nuestro protagonista está en el arenero con un camión sin hacer caso a los nuevos regalos... veo que los niños son iguales en todas partes.

Más allá me fijo y veo a un niño subido en un neumático que está colgado de un árbol. Su padre le columpia y el vuela por el cielo de Middletown. Y grita. Y ríe. Y yo recuerdo a Huckleberry Finn y sus aventuras. Y deseo tener cinco años. Y entiendo a Carmen cuando me dice que quiere que sus hijas vivan esto. En este momento lo entiendo muy bien...



Spanish wine night



Ayer viernes estaba invitada a casa de Sue y su familia a tomar un vino y picar algo. Estuvimos hablando sobre la comida que les había gustado cuando fueron de viaje a Madrid, así que quedé en preparar unas tortillas de patata y sangría.

Conseguir los ingredientes de la tortilla no fue dificil, aunque aquí el aceite de oliva es un bien preciado y en los supermercados con lo básico, tipo Target no lo tienen. Carmen ya me dijo que lo tendría que comprar en el stop and shop. Y así fue. El resultado fueron unas tortillas que casi parecía que las hubiera hecho en Madrid.

La compra de vino para la sangría fue mucho más problemática. Fuí a una liquor shop en la que te avisan con un cartel en la puerta de que si tienes menos de 21 años ni te molestes en entrar. Como, al menos por algunos meses, he superado esa edad, me dispuse a entrar en el super. Solamente entrar ya agobia. Aquí todo es grande, y ver un super del tamaño del del Corte Inglés de Goya solo lleno de vino, como que casi da algo (hay una pequeñisima parte destinada a coca colas y limones, pero pequenísima). Además, las botellas no son como las nuestras, sino que son de 1,5 litros, salvo las de importación.

Normalmente en Madrid yo sabría qué tipo de vino comprar para una sangría... pero aquí me encuentro sobrepasada por los tipos, los tamaños, los gustos... las botellas tienen etiquetados tan atractivos que dan ganas de llevárselas todas. Elijo cuatro botellas de marlot de una marca denominada little penguin o similar y de una forma muy poco profesional: simplemente porque me gusta el diseño.

Busco infructuosamente fanta de limón. Es curioso que aquí exista la fanta pero solo la de naranja. Compro soda de limón de la marca tropicana y confío en que sirva. Compro ginebra (siempre es importante un toque)y con este cargamento más la fruta que compré por la mañana me voy a Durham.

Cada vez que sigo a mi tom tom para ir, me doy cuenta de que si no existira, creo que aparecería en Vermont, porque aunque el camino no es muy complicado hay un par de puntos donde se cogen los cruces que como te descuides, los pierdes.
Pillo el traffic jam de rigor en el puente de Portland (tengo algún día que parar a hacerle una foto) y llego a Durham unos cuarenta minutos más tarde.

De nuevo, al coger la carretera que va a casa de Sue no tengo por menos que abrir bien los ojos y disfrutar de esa luz tamizada por los árboles, de esa sensación de paz que transmite.

Cenamos pronto (al menos para un hispánico), lo que cada vez pienso que es mejor, porque uno se va a la cama con la digestión hecha, tomamos tarta de cumpleaños que trae Nancy y recibimos la visita de unos vecinos.

El vecino es bombero voluntario. Le pregunto qué es eso y me dice que como el pueblo es tan pequeño no tienen ni bomberos ni policías. Y que algunos vecinos son voluntarios. Es por eso por lo que lleva una camiseta chulisima con el anagrama de Durham y la palabra volunteer y un busca. Me dice que no interfiere mucho en su labor diaria porque solo recibe una llamada al día. Esta orgulloso de ser voluntario y yo me pregunto si esto existiera en España si los vecinos estarían orgullosos o protestando todo el rato... voy a pensar en esto un rato...

Hablamos mucho con él, su mujer y su hija y me doy cuenta de que cada vez soy más capaz de tener una conversación fluida. Nos sentamos en el porche, descansamos y tomamos sangría... y yo abro los ojos mucho para poder guardar en mi disco duro esta escena de relax. Quizá me haga falta recordarla en algún momento...

viernes, 17 de julio de 2009

Manolete Manolete, ... si no sabes torear... pa qué te metes???



Los refranes son sabios, y este que titula el post es uno de los que más utilizo yo en mis cursos. Creo que a veces (y sobre todo en España) tenemos tendencia a actuar -si hay que ir, se va- antes de pensar. Y me aburro a ayudar a reflexionar a los participantes sobre la importancia de primero otear el terreno y pensar antes de actuar.

Pero a veces, en casa del herrero, cuchillo de palo. Y esto fue lo que me pasó ayer en la ducha, donde me dí cuenta de lo paleta que soy a veces y de lo necesario que es el viajar para dejar de serlo.
En mi maleta traje gel de baño en envase hotel, sobre todo por si acaso aquí se había acabado y yo tardaba en ir al bath and body shop que es mi sitio adorado mundial para comprar todo tipo de lujos asiáticos para el cuerpo...

El primer día que me duché en esta casa, ví un dosificador justo detrás de la alcachofa de la ducha. Y sin pensar en otra opción, lo asocié a los dosificadores de jabón que he visto mil veces en España... primer error: hacer caso al lo que ves -o piensas que ves- a primera vista. Así que como tenía gel, no lo utilicé.

Pero anteayer, y al ver el color transparente tan estupendo del presunto gel, pensé que podría probarlo. Y aquí cometí el segundo error: no pruebes nada sin leer antes la etiqueta...
Presioné el botón y nada. No salía nada de gel. Así que pensé que, como no llevaba las gafas y no veía un pimiento, estaba tocando el botón equivocado... tercer error: confirma que ves bien antes de tocar un botón.

Aunque la situación cambió radicalmente cuando cerré el grifo de la ducha. En ese momento comenzó a salir por aspersión una especie de Fairy que prometía dejarme enjabonada cual sartén en espera de pila... En ese momento decidí huir de la ducha (casi me mato en el intento... :D :D), eso sí, matada de la risa de mi propia paletería y encantada de estar sola y que nadie tuviera que ver esta escena tan de PacoMartinezSoria.

Lo que pasa es que, al final, he considerado que era una obligación amiguil describir tamaño artefacto y sus posibles consecuencias. Para que no os pregunteís, como yo hice: qué hace una chica como tú en un sitio como este...

jueves, 16 de julio de 2009

Sunny day in Durham


Aun con hebras de jet lag, amanezco primero a las seis y luego a las ocho (otra de las características de las casas de por aquí es que en su mayoría no llevan las persianas como equipamiento de serie, lo que hace que, para alguien que está acostumbrado a dormir en la oscuridad total, el primer rayo de luz de la mañana sea el que le haga despertar).Tengo suficiente tiempo para recoger todo, antes de salir para Durham donde Sue, la madre de Eric, me espera para pasar juntas el día (o al menos eso me ha parecido entender en la conversación telefónica que tuvimos ayer).
Lo primero que hago tras salir de la casa es rezar. Sí, también rezo por algunos de vosotros, pero en este caso focalizo mis esfuerzos en rezar para que el tom tom encuentre la dirección y me lleve sana y salva. Bien!!. Lo consigue y voy despacito (no tanto como para que me pongan una multa -ya me avisó Delia que podía pasar- pero si lo suficiente como para ir tranquila), escuchando música y disfrutando del paisaje.


Durham
está a una media hora de aquí. Una parte del camino se hace por la highway, pero en un momento determinado se atraviesan algunos pueblos (no en el concepto hispánico de atravesar, en el que puedes darle la mano a la yaya que está tomando el fresco a la puerta de su casa), sino que a veces el camino coincide con alguna de las calles principales de estos pueblos.

Con mi habitual memoria de pez sería incapaz de recordar el nombre de uno tan siquiera, pero la mayoría de ellos tienen una hilera de tiendas encantadoras, una iglesia con una aguja larga y un parque absolutamente inmaculado. Al pasar también veo un puente magnífico. Y me digo que tengo algún día que parar para hacerle fotos porque es un puente precioso, muy diferente a los que se llevan por mis pagos.

Llego a Durham y de nuevo doy gracias al cielo por el progreso. Mi tom tom me deja exactamente en la casa de Sue. Me paro al principio del camino para disfrutar la vista: una colina con árboles y un par de caminos de arena que llevan a una casa colonial, enorme, como la de la dama y el vagabundo. Blanca, de madera, con una enorme bandera americana ondeando en un porche con flores de colores y sillones blancos de mimbre. Alrededor de esta casa y situadas como las setas de pitufolandia, algunas otras viviendas, igualmente blancas y una especie de cobertizo pintado en rojo óxido con una enorme estrella en su frontal. Inmediatamente, uno desearía vivir aquí.

Sue me recibe con un abrazo. Como si me conociera de toda la vida. Me presenta a su marido y me enseña su casa. E inmediatamente cogemos el coche para un paseito de reconocimiento por la zona. Pasamos por una zona residencial que me recuerda a Wisteria lane. No me cuesta nada imaginar a cualquiera de las desesperadas mujeres viviendo por aquí. Atravesamos algunos pueblos y me enseña dónde estan las tiendas imprescindibles (en ese momento no quiero comentarle nada sobre mi memoria porque la mujer lo hace con toda la ilusión...)

Más tarde compartimos un snack para comer y volvemos a la casa. Mientras ella va al dentist, yo me dedico a dar un paseo y disfrutar de esa colina, de esa hierba verde infinita, del pequeño lago, de los patos... Me siento un rato en un banco bajo un arbol y simplemente disfruto...

Al rato llega Sue que me pregunta si quiero un vino para el paseo. Le digo que es un poco pronto para mí (es lo que tiene el cambio de horarios), así que ella coge el suyo y me lleva a un pequeño cochecito de golf que tiene en el garage. Me subo e inmediatamente pienso que Nachete tiene que venir aquí y vivir todo esto, subir por una colina con Sue y su vino estrategicamente situado en el volante, viendo los patos, los caballos y perseguidos por un par de perros que juegan con nosotros.

En un momento determinado, Sue se dirige hacia la carretera. Le pregunto si ese cochecito puede ir. Y me dice que no. Y le pregunto si aquí está permitido conducir mientras te bebes un vaso de vino. Y me dice que tampoco. Y al decirlo, se le pone esa sonrisa que debió estrenar cuando tenía cinco años. En ese momento decido relajarme y disfrutar de ese paseo en el que compartimos charla con amigos, conocemos a un nuevo vecino y saludamos a todos los que pasan por allí.

El día termina con una cena en una mesa en el mismo paraiso: steak a la parrilla, ensalada Cesar y raviolis con espinacas de guarnición. Compartimos la mesa con Nancy, amiga de Sue y hablamos de lo divino y lo humano y de ir a ver a Sting a Boston. Y entre broma y broma descubro que me puedo matar de risa en inglés. Y esto me mola.Mucho.


miércoles, 15 de julio de 2009

Stop and Shop




Teniendo en cuenta que mi intención es permanecer aquí durante un rato, esta mañana, cuando amanecí, pensé que una buena idea sería hacerme un poco con el terreno. Y no solo con el terreno físico, sino con todos aquellos usos y costumbres que así a primera vista, me chocan.

Lo primero que me llamó la atención ayer fue el lugar donde se guarda la llave de la casa: bajo el felpudo, como en las pelis. Supongo que en Madrid obviamente sería impensable... pero igualmente lo sería en la mayoría de los lugares de España...lamentablemente, por cierto.

Una vez constatado que este es un lugar donde se duerme muy bien, ausente de ruidos y demás incomodidades, decidí comenzar mi primer día yendo a comprar algo para el desayuno. La sorpresa es que la llave de "pulgoso" (uno de los dos coches de Eric) no ponía en marcha el coche. Traté con todos los trucos, sin éxito, así que como Walter (un amigo de Eric que ha estado unos días aquí) iba a venir a devolver el coche bueno por la tarde pensé que, teniendo en cuenta que cerca había un supermercado gigantesco podría bajar andando. Lástima que mi llegada fuera de noche y fuese incapaz de recordar hacia donde estaba...

En este ensimismamiento estaba cuando de repente, bajó la vecina de arriba de la casa. Así que aprovecho para preguntarle cómo se va al Target. Me indica, y cuando voy a recoger el bolso, veo como ella coge su coche. Me invita a subir con ella para acercarme.

Me cuenta que vive en esa casa solo hace dos meses, que su novio es jugador de baloncesto profesional y que ella chapurrea el español porque estuvieron viviendo en Argentina. Amablemente me deja en la puerta del Target y me dice su nombre: Hope. Y yo pienso que suena mucho más bonito que nuestro Esperanza...

Entro en el Target y me da pereza hasta mirar. Es enorme. Todo tipo de productos se alinean en infinitos estantes. Contabilizo hasta veinte tipos diferentes de humidificadores: grandes, pequeños, medianos, con forma de pato, de pinguino, de casita, de flor... impresionante...

Invierto una hora en ver de todo (me aburro a la mitad) y opto por buscar la comida infructuosamente. Solo tienen artículos de primera necesidad: veinte tipos de chips, quince de cereales, coca colas y galletas. No es exactamente lo que yo denominaría artículos de primera necesidad, la verdad.

Desayuno en una cafeteria del centro comercial y pienso que cuando tenga coche iré a comprar la comida.

Vuelvo andando a casa y me doy cuenta de uno de los motivos por los que los americanos no andan: no hay aceras!!... tengo que ir por la misma carretera hasta la casa... menos mal que van despacio...
Me pierdo y pego la hebra con una mujer que me acompaña a casa. Me cuenta su trabajo, el clima que hace y lo lindo que es vivir aquí.

Por la tarde y, ya con Delia, vamos al Stop and Shop, el centro comercial que a Carmen le rechifla. Entro y me doy cuenta del por qué. Solo con el mostrador de la fruta uno puede entrar en trance viendo la variedad inmensa de especialidades, la combinación de colores de las frutas, el olor a campo que se siente... Así que empezamos a llenar el carro: melón rosa, manzanas, cerezas, sandía... cuando vamos a pesar todo aparecen dos precios en la pantalla de la báscula: uno normal y otro con descuentos para los titulares de la tarjeta stop and shop que me dió Carmen en Madrid.

No tenemos muy claro por qué aparece esto aquí cuando debería aplicarse en la caja. Así que preguntamos a un chico de color (lo de chico es un eufemismo porque era un armario de dos cuerpos...) con una sonrisa de las que iluminan tu día cómo funciona esto.

La sorpresa es cuando nos lleva a un panel lleno de luces de colores. Un panel central con una especie de espejo y alrededor suyo unos cajetines con lo que parecen mandos de videojuego. Eso sí, todo con luces intermitentes. Me siento como si participara en la ruleta de la fortuna...

Pasamos la tarjeta por el espejo (que era un scanner) y uno de los mandos se ilumina: bingo!! nos ha debido tocar algo!!
Cuando el armario ve mi cara de ilusión se ve con la obligación de contarme que ese es nustro personal scanner y que tenemos que utilizarlo cada vez que cojamos un artículo con código de barras. Hay que dar un botón, esperar el pitido que dice que se ha contabilizado y parece ser que todo se graba para luego aplicar los descuentos en la salida. Le digo al tipo que we don't have that kind of things en España y nos vamos encantadas con nuestro mando, es como volver a cuando eras pequeña y jugabas a las tiendas, pero en moderno. Pienso en lo que le gustaría a mi sobrina Isa.

Lo mejor del mando es que de vez en cuando hace spam... y suena como cuando en las Vegas te toca el premio en las tragaperras, lo que hace que nos dé más de un colapso al corazón cuando estamos tan tranquilas mirando el super y eso va sonando...

La jornada de shopping termina en el Best and Buy donde compro un cargador para el tom tom, que ha decidido no aplicar la itinerancia.

Volvemos a la casa, tomamos un vino, hablamos de lo divino y lo humano y, muy prontito porque aún no me hice con este horario, decido emigrar a la maravillosa cama que me espera al final del pasillo...





All I got to be is, be happy
All it's got to take is some warmth to make it
Blow Away, Blow Away, Blow Away

martes, 14 de julio de 2009

A cien millas de Manhattan


Lunes 13 de Agosto del año en curso.
Después de un viaje "interesante" en el que se combinó la comodidad de un transoceánico en bussiness con la intranquilidad de un vuelo que se demora durante horas por un problema mecánico, por fin aterrizo en el aeropuerto de Bradley, en Hartford, Connecticut.

El aeropuerto sigue la norma de muchos de los aeropuertos estadounidenses, así que no me llama mucho la atención, aunque sigue sorprendiéndome la tranquilidad con la que una fila enorme de coches espera a sus familiares y amigos sin que nadie toque el claxon, sin que la policia despeje la zona y con una tranquilidad pasmosa.

Estoy esperando con mis maletas en la puerta de la terminal cuando un hombre viene hacia mí y me abraza. Le correspondo no sé bien por qué y gracias a Dios encuentro tras él a una mujer morena que debe ser Delia. Me alegra infinito su presencia, no solo por tener un contacto aquí sino porque estoy cansada y no sé bien donde tengo que ir...

Salimos de Bradley en dirección a New Brittany, una especie de zona residencial cercana a West Hartford donde de momento veo poca luz y urbanizaciones con un aspecto muy de Nueva Inglaterra.

En una de ellas paramos. La casa de Eric es una especie de adosado donde en la parte de arriba vive un vecino y en la de abajo él. Es muy coqueto: bastante amplio, con una gran cocina americana y muchas ventanas que me hacen pensar que mañana tendré mucha luz.

Delia me da unas indicaciones generales sobre la casa. A estas horas y con 22 horas de pie soy incapaz de retener ni una de ellas, así que le doy las gracias amablemente y la emplazo a que nos veamos otro día.

Cuando Delia y su marido se van, me doy cuenta de que lo último que comí fue hace 14 horas, y que el estómago me protesta. Busco infructuosamente una galleta, un trozo de queso... sin éxito...

Así que opto por lo que sí que tengo delante: esa magnífica cama king size que me espera en este encantador lugar situado a cien millas de Manhattan...