domingo, 28 de agosto de 2011

Chinatown

Eric tiene nuevo novio: guapo, amable, cariñoso, canta maravillosamente bien, es divertido... y además vive en Nueva York :)
Así que con tan agradable circunstancia, decidimos ir a hacerle una visita, no se fuese a quedar el mipobre sin conocerme...

Decidimos llevar el coche. El viaje, tranquilo, sin atascos ni aglomeraciones. MiJason (que así se llama nuestro nuevo amigo) vive en Queens, frente al edificio Citibank. El edificio moderno, de líneas limpias, con dos porteros (uno te abre la puerta y el otro te saluda), un lobby para organizar en él una tertulia literaria, gimnasio, garaje y piscina.

El apartamento, una bombonera. Decorado con un estilo super personal, alegre, luminoso y con un rincón de las artes (piano, guitarra, libros, partituras, fotos que es una gozada.

Una vez ubicados cogemos el metro. Sólo hay 4 estaciones hasta Central Station. Antes de que queramos darnos cuenta estamos metidos en la dinámica de la City. Gente arriba y abajo, viste como quieras, come en el metro, ríe, duerme... de todo...

Cambiamos de línea y bajamos en Canal Street, nos parece interesante pasar una mañana en Chinatown y Little Italy. Además, mi cuñado Javi ha decidido que para su cumple quería un reloj de imitación de una marca impronunciable, así que tras bajarnos en la parada del metro decidimos empezar la búsqueda del reloj (antes la obligación que la devoción)

En ese momento, al echar un vistazo a Canal recuerdo lo que me dijo un amigo antes de que fuese a Chinatown por primera vez: "es una sensación muy curiosa, cruzas la calle y sólo ves chinos..." yo pensé que esto era algo exagerado y que, sin duda, encontraríamos occidentales. Pues no. Hay zonas en Chinatown donde no encientras a uno solo.

Y en una de estas intentamos buscar el reloj. Hace tiempo que el tráfico de imitaciones está muy perseguido, de hecho la última vez que estuve aquí con Joan y Pilar vivimos una experiencia que aún me hace matarme de la risa cuando la recuerdo, al seguir a una mujer hasta un callejón, llevarnos a una casa y en un momento determinado después de que viniera un hombre no identificado escucharla gritar: "run" hasta acabar atravesando a toda velocidad las cocinas de un restaurante.

Esta vez tuvimos más suerte. La china que se nos acercó ofreciéndonos relojes sólo nos llevó a otra calle más china en la que nos mostró un catálogo con los grandes éxitos de la imitación. Una vez elegido, no llegamos a un acuerdo con la vendedora, que empezó pidiendo la friolera de 150$ por un reloj. Creo que por ese precio me lo compro, seguro en una tienda.
Bueno, pues tras retirarnos ofendidísimos y evaluar la posibilidad de comprar una camiseta Ralph Lauren a Javi, nos encontramos a otra que nos hace el mismo proceso. Mientras esperamos que vuelva con los relojes, una amiga suya me pregunta si quiero cosas de Tiffany's. Y en ese momento se desdobla lo que yo creía que era un mitón largo (luego resultó ser un calcetín custodiado) y me deja ver una colección de pulseras que alucino...

Y entonces, después de yo decirle que no estaba interesada, me empieza a poner las pulseras. Y luego cuando hemos acabado la negociación, empieza a sacar pendientes no sé ni de dónde, y luego collares que me va colgando. Resultado: en diez minutos llevaba más bisutería encima que la mujer de Jesús Gil, estaba matada de la risa y agobiada de tanto joyerío.

Tuve ganas de decirle que tenía cualidades de excelente vendedora: visión empresarial, prospección correcta del cliente, tolerancia a la frustración y en resumen, una excelente disposición general para la venta. Creo que muchos vendedores tendrían que aprender de ella.

Tras conseguir el reloj, decidimos ir a comer. Y como Eric recordaba un restaurante por la zona, lo buscamos hasta que damos con él. Y en este, que parecía un salón de bodas donde en cualquier momento iba a comenzar un tiroteo las mafias de Manhattan Sur, si que no había ni un occidental. Tenían un buffet con algunos platos y luego iban pasando unos carritos de los que tú elegías.
El resultado fue la comida china más rica que he probado jamás. Y una tarjeta para no olvidarme del sitio.


A la vuelta, decidimos acercarnos a Brooklyn. Total, si está aquí al lado...

El gobernador de Connecticut y la intérprete de signos

Esta mañana, antes de que el generador de casa de Kerrie hiciera "kaput" y que las cosas se complicásen mucho en el hogar de los Flannagan, hemos invertido un rato en hacer una de las pocas cosas posibles (bueno, también podíamos comer o darle al tintorro pero lo de comer no es muy bueno para mi dieta y al tintorro ya le dimos Kerrie y yo ayer en una de esas conversaciones de madrugada "a calzón quitado") así que lo de ponerse frente a la caja tonta para ver cómo se sucedían las noticias del huracán era una de las mejores opciones.

Casi todo el rato hemos tenido la NBC de NY, porque la tele ha decidido que para cambiar de canal necesitábamos más energía que la que proporciona el generador, así que cuando ya estábamos hartos de ver imágenes de Staten Island, Queens y Times Square, hemos decidido que lo mismo era una buena idea "rebootear" la tele para pillar alguno de los canales locales (aquí son absolutamente localistas y se miran el ombligo, así que o localizábamos un canal de Connecticut o no nos enterábamos de nada de lo que había pasado)

Hemos intentado con el Canal 3 pero estaba totalmente off... con lo que me hubiese gustado ver a mi amigo Bruce DePriest contando todo lo del huracán... así que hemos pasado al Canal 8 en el que la rubia presentadora tenía cara de funeral de tercera, lo que nos ha preocupado bastante.

Inmediatamente, hemos pasado a ver la intervención del gobernador de Connecticut, Dannel Malloy, en rueda de prensa para comentar la situación del estado de Connecticut.

La comparecencia podría haber sido comparable a algunas de las que tenemos en España... salvo por algunos detalles: los periodistas eran más certeros, más rápidos e iban mejor al nudo de la cuestión que en España, apenas dejaban tiempo a que el gobernador pensara, el diálogo fue rapidísimo. El gobernador en todo momento conservó la calma, respondió con datos concretos
y emitió algunos mensajes de forma machacona, mensajes que tenían que ver con aquellas personas que estaban más afectadas por el huracán, especialmente aquellos que se habían quedado sin luz (700.000 hogares), personas mayores, personas imposibilitadas o niños. El mensaje era para sus vecinos: "por favor, confirmen que sus vecinos ancianos o imposibilitados están bien y que no les falta de nada"... un mensaje muy enlazado con la solidaridad entre vecinos absolutamente necesaria en un estado con casas diseminadas como setas en el que el saber que alguien cercano te puede ayudar es clave.

Otro detalle que me ha llamado la atención ha sido la intérprete de signos que estaba con él. Rápida, expresiva, y tremendamente interesante bajo el punto de vista de la comunicación. Independientemente de que sólo se comunicase con las manos y con los gestos, la forma en que lo hacía, su expresividad era brutal. Y contrastaba extraordinariamente con el aspecto sereno y serio del gobernador.

Y me ha parecido curioso que en una sola imagen en televisión tuviésemos los dos aspectos de la comunicación: el asunto y la emoción. El asunto transmitido por el político y la emoción transmitida por la intérprete. Y esto me lleva a la reflexión de que quizá lo que necesiten nuestros políticos sea una interprete de signos...


Yo, yo misma e Irene



Ayer, de madrugada, Irene llegó a Connecticut. Eran las 4,30 cuando comencé a escuchar un sonido brutal, diferente. Era como si de repente el viento hubiera comenzado a enfadarse y a querer golpear con fuerza los árboles, las hojas, las ventanas de la casa.
La oscuridad era total. Y cuando quise dar la luz para levantarme y mirar por la ventana, me dí cuenta de que la amenaza de que se iría la electricidad se había cumplido.
Así que, descalza y algo desorientada, me dirigí hacia una de las ventanas. Y lo peor es que apenas se veía nada. Hoy tenemos luna nueva así que ni siquiera un rayo de luna podía venir en mi ayuda. Sin embargo y con poca esperanza, me puse a mirar por la ventana. Y lo curioso es que, sin ver nada, podía imaginar los troncos de los árboles cimbreándose, las hojas huyendo de los setos, la lluvia golpeando los cristales. Y todo lo veía sin ver. Era tan fuerte el sonido de ese ruidoso silencio que permitía reconstruir toda la escena.

En ese momento sentí en el estómago un golpe de miedo. Por estar en un lugar en al que, aunque amo, no pertenezco, por estar viviendo una situación diferente, por estar más cerca de la naturaleza que nunca. Así que, como si tuviera 5 años, decidí meterme en la cama y taparme con la colcha, y pensar que todo pasaría pronto, que los árboles eran tan fuertes que Irene no podría con ellos, que los vientos eran tan rápidos que se irían con el primer rayo de luz.

Soñé con duendes, bosques y trasgos. Y ellos me ayudaban en un viaje que quizá aún tenga que definir. Y consiguieron que olvidara ese ruido que se quedó metido en mi cerebro como si fuese una de esas canciones de moda que no puedes dejar de canturrear…

Y al amanecer, salté de la cama y de nuevo miré a través de las ventanas. El panorama, aunque igual, parecía diferente. Los árboles bailaban armoniosos al son de viento, equilibrados, armónicos, como si se tratara de un equipo de natación sincronizada. La lluvia caía fuerte, continua, haciéndole los coros. El día estaba gris pero claro. Irene no está. Irene se fue. Irene esta lejos de mi vida…

sábado, 27 de agosto de 2011

Huracanes, terremotos y demás oportunidades



Desde luego, no hay frase más cierta que esa que dice que América es el país de las oportunidades...desde luego... y de todas... XD.

Tomé esta foto en NY el día siguiente al terremoto. Los neoyorquinos, con su sentido del humor habitual, se tomaron el tema de la mejor manera posible y decidieron hacer ofertas especiales de terremoto. ¿No es una estupenda oportunidad comercial?

Bueno, pues este momento huracán también está siendo una oportunidad para muchos. En la radio anuncian artículos de primera necesidad como linternas, baterías, velas, generadores y un sinfín de objetos que pueden ser de ayuda en estos momentos.

La mejor cuña, desde luego, la de Ocean Job Lot (no olvidaré la experiencia del año pasado con Barón y las Zuasti comprando sacacorchos como posesa) en la que, además de listar todo lo que deberíamos tener a mano en caso de huracán, hacen una apreciación: "y nosotros no aprovechamos las necesidades de las personas para subir el precio..." . Es obvio que además de intentar vender, hacen patria con su imagen.

En la radio hay constantemente cuñas con instrucciones en caso de problemas, números de teléfono a los que llamar si necesitamos ayuda, contactos en hospitales, policía... Y también hay mensajes de tranquilidad para la población. Y yo creo que aquí también aprovechan la oportunidad de mejorar la imagen. O al menos, eso sería seguro lo que pensaríamos en España...



viernes, 26 de agosto de 2011

Una de huracanes


No es la primera vez que vivo una amenaza de huracán en Estados Unidos. Hace unos años, estuvieron a punto de desalojarnos de un vuelo Miami-Madrid por amenaza de huracán. La verdad es que, a pesar de que pudimos salir, yo creo que fue el transoceánico más rápido de mi vida XD

Ahora mismo estamos con la amenaza del huracán Irene. Y todo con la resaca del terremoto que tuvimos hace cuatro días. Vamos, que no gana una para sustos en estas vacaciones...
La verdad es que yo, como supongo que ocurriría con cualquier nativo de algún lugar menos castigado por los fenómenos meteorológicos intensos, no me acabo de creer la peligrosidad del fenómeno... o más bien no la creía...

Hoy, en la playa de Hammanasset, una señora que se ha puesto a mi lado mientras me bañaba, ha comenzado a hablarme (cómo no...) y a contarme aquello de: "parece mentira con el día tan bonito que hace, que en dos días vayamos a tener un huracán...". A lo que yo le he contestado aquello de "bueno, ya sabes que el tiempo en Nueva Inglaterra cambia mucho...

En ese momento me ha contado, con una precisión científica, las semejanzas de este huracán con el Gloria, ocurrido hacía 30 años. Ella debía tener unos 50 y cuando le he dicho aquello de: "seguro que no recuerdas nada"... la mujer ha comenzado a relatarme todos los daños que se habían generados, los cortes de luz que duraron semanas y el cómo los árboles se llegaban a tumbar en el suelo... el cómo los muebles de los jardines literalmente volaban y destrozaban ventanas y el cómo estuvieron sin agua y con problemas de suministro durante tiempo...

La verdad es que en este momento mi opinión sobre el huracán iba cambiando, a pesar de que la información que me llega es del weather channel y yo opino que el tener un canal meteorológico 24 horas obliga a meter contenido. Y si este es llamativo, pues mejor. Canales que además, crean alarma ya que emiten imágenes de otros huracanes, con lo que, sobre todo las rubias, nos hacemos un lío del quince, y nunca sabemos si transmiten en directo o es un huracán de los sesenta... Mi opinión estaba ya un poco más abierta a la tragedia. Aunque todo puede mejorar siempre...

Después de la playa me fui a casa de Sue, las chicas estaban allí para tomar un vino y cenar. Y lo primero que me dicen es que no me puedo quedar sola en casa de Eric, que me quedaré sin luz, que hay un bosque detrás con árboles que se pueden caer sobre la casa, que me sentiré fatal sóla (eso es verdad) y que deningunamanera...

Así que, al final, negocio irme a casa de Kerrie (en la de Sue van a estar mil y la madre) donde además tiene generador, lo que garantiza tener luz, agua y si no se van las líneas, internet. Me hablan de que mañana quitarán todos los muebles del jardín y las terrazas, que hay agua y baterías de sobra y que va a ser una experiencia alucinante.

Alucinante... me quedo con esta palabra. Porque a pesar de las penas del infierno que pueden ocurrir este fin de semana, me dicen que la experiencia es digna de ser vivida, que hay unas sensaciones brutales y unos colores de cielo que nunca se vuelven a ver. Y me lo dicen tan contentas.

Y yo no entiendo nada. No sé si debo estar preocupada o rechiflada por la experiencia que voy a vivir. Me viene mejor estar rechiflada, la verdad. Disfrutaré más.

Así que decido venir a casa a hacer la maleta para mi emigración de mañana. Y mientras la hago, escucho y coreo a voz en grito la historia de otro huracán. En este caso, el Carter...

martes, 23 de agosto de 2011

Viva la gente!


Uno de los mayores impactos que tuve el primer año que estuve aquí no como turista sino como habitante a tiempo parcial, es que todos el mundo te habla. Textual.

Si vas al stop and shop y alguien te ve mirando los dieciocho tipos de soda que existen en el lineal, te contará su experiencia con la San Pellegrino, los diversos sabores que existen, te preguntará que si tienes un cupón y si no es así rebuscará en su bolso hasta el fondo buscando los cupones que ella imprimió en casa para que puedas ahorrarte 1 dólar comprando seis. Y todo esto sin conocerte de nada.

Lo de hablarte, que es una cosa muy simpática, no siempre gusta cuando estás aprendiendo un idioma. Recuerdo que el primer año odiaba a la cajera de Target porque cuando me cobraba me hacía una batería de preguntas que ni el tercer grado. Luego, con el tiempo, descubrí que me preguntaba si quería la bolsa de papel o plástico, si me metía el ticket dentro de la bolsa o si me apetecía donar para el reloj del ayuntamiento (o los perros albinos, o el periódico de los jubilados...).

Lo cierto es que yo creo que, si comparo con Madrid, salimos bastante mal en la foto. Parece que nos costara la misma vida hablar. En mi urbanización he visto salir a mi vecino pitando del garaje solo por no subir conmigo en el ascensor (con lo bien que huelo...).


Y sin embargo aquí, valoran la conversación. Aunque sea la conversación sobre un detergente, una soda o unos abonos para el jardín. Cualquier momento es bueno para charlar, y para sonreír.

Esta mañana, en Boston, hemos ido andando al bar del desayuno. Nos habremos cruzado con 15 señores/as con perros. Todos y cada uno de ellos, sin excepción, nos han saludado y preguntado cómo estábamos. Hemos acariciado a los perros, sonreído a los niños y saludado a los abuelos. Y mientras lo hacíamos, recordaba a algunos vecinos bordes y alucinaba. Con lo poco que cuesta ser amable. Poquísimo. Y el estupendo resultado que da.

Así que mientras comentábamos con un tipo que nos hemos cruzado las bondades de un coche que había aparcado, he pensado que realmente algunas canciones cobran sentido cuando se vivencian desde donde se crearon...

Una mañana de paseo con la gente me encontré
encontré al lechero al cartero al policía salude

Detrás de cada ventana y puerta
reconocí a mucha gente que antes ni si
quiera la vi heeeeeeeeey

Viva la gente la hay donde quiera que vas hey hey
viva la gente es lo que nos gusta
maaaaaas


Cheers!!


Me llamo Maribel y soy mitómana.
Sé que es una confesión dura, pero tenía que hacerla. Si no, no tendría sentido que en mi viaje al oeste hubiese dormido en un motel temático de "Lo que el viento se llevó" en la habitación Escarlata O'Hara, que hubiese tocado la barandilla de la escalera de Mark Twain i(esto por recomendación de mi bestfriend) maginando que él también lo hacía cada vez que bajaba, no hubiese ido a la escena del reencuentro entre la Streisand y el Redford en Central Park o al edificio Dakota. Esto hay que asumirlo. Es así.

Y uno de mis mitos fue, durante años, la serie de tv Cheers. En esta serie, localizada en un bar de Boston, se cruzaban las vivencias de un conjunto de personajes a cual más variopintos: la camarera repipi, un cartero listoquetelisto, un oficinista al que le gustaba el alterne y la cerveza, una segunda camarera ácida no... lo siguiente, el entrenador que ponía copas, un psiquiatra que estaba fatal, un camarero forrestgump y mi personaje favorito: el fantástico Sam Malone.

Más alla de que en sus años mozos (y mucho más allá, no hay más que verle ahora mismo en la serie "Damages") Ted Danson estaba de tomapanymoja, el personaje de Sam Malone era absolutamente adorable y tierno. Un famoso ex jugador de Baseball, retirado por una lesión, con un concepto fantástico de si mismo. Mujeriego e inocente. Una rubia en toda la extensión del término.

Esta serie coral que se diría ahora nos hizo reír durante 11 años. Sin dejar de conseguirlo en un solo episodio. Y con lo caras que están las risas, ya tiene su mérito.

La primera vez que vine a Boston no pasé por Cheers. Pero en esta ocasión era una visita que no quería dejar de hacer. Así que, cuando salimos del hogar del jubilado gay, nos dirigimos hacia este famoso bar. Cruzamos un enorme parque, media ciudad (yo creo que el GPS de Ketch nos vaciló un poco) y al final lo divisamos: los toldos colór crema, la barandilla de hierro y el famoso cartel que con el dedo nos indicaba el camino :)

Solo un mitómano puede comprender la ilusión que sentí en ese momento. Era como haber llegado al bar de unos amigos, aquel en el que uno se siente bien, comprendido, en casa. A veces uno quiere ir a donde todo el mundo sabe tu nombre...

Bajamos por la estrecha escalera y abrimos esa puerta que tantas veces abrieron nuestros personajes. El lugar no es exactamente igual porque la serie se rodaba en un decorado, pero tanto da... es una versión algo menor pero sirve.
De repente diviso la banqueta donde se sentaba Norm y me siento en ella. Miro hacia la barra donde un guapo chicho (lástima que no fuese Sam) me sonríe. Y tengo unas ganas infinitas de decir aquello de: "¡¡Buenas tardes a todos!!" sólo por el placer de escuchar a todos los del bar coreando aquello de... Norm!!



De Wonderland al Hogar del Jubilado



Decidimos dar un paseo en nuestro primer día en Boston. Como yo apenas recuerdo mucho y tampoco vamos a tener tiempo para dedicarlo a museos y otros actos culturales varios, acordamos dar un paseo por el centro y, como yo me pongo muy pesada (es lo que tiene ser fan) me van a llevar a Cheers a tomar una caña.

Así que cogemos el coche, nos llegamos hasta la estación de tren y en un periquete estamos saliendo de Wonderland (isn´t it lovely?) con dirección al centro de Boston.

En 10 minutos habíamos llegado, y al salir del tren, una marabunta humana nos acoge. Y todos parecen querer estar en el mismo lugar: Quincy Market. Esta zona peatonal está llena de tiendas, de restaurantes, de mimos, de cantantes de hip-hop que hacen bromas (qué pasa, que solo vamos a cantar los negros?), de recreaciones históricas y sobre todo de gente, de mucha gente...

Paramos en uno de los kioskos y Eric y yo decidimos compartir una sopa de almejas típica de aquí. Yo ya la conocía de Lenny&Joe´s pero he de admitir que es uno de esos platos para los que no tengo fin. Es absolutamente deliciosa, y te deja un sabor de boca que te acompaña el resto del día... sólo de recordarla se me hace la boca agua. Mmmm...

Paseamos viendo a los tipos disfrazados de colonos representando una escena histórica, entramos en algún edificio del XVIII (para aquí, tan antiguo como el jurásico) y observamos a la gente y hacemos fotos (bueno, más bien las hago yo...).

Decidimos poner rumbo a Cheers, pero Ketch tiene una idea mejor...
(Quizá ahora debería hacer un inciso... el viajar con amigos gays tiene una característica: que igualmente ellos conocen a otros amigos gays. Y estos, algunos sitios donde, de nuevo, hay gays. Bueno, pues esto es lo que pasó el otro día. Ketch se empeñó en que nos tomáramos una cerveza en uno de esos lugares "de ambiente". Y hacia allá fuimos.)

Nada más entrar al garito (medio oscuro, con un pasillo infinito) el tipo de la entrada con un cierto aspecto de "oso" trasnochado, me dice : "hey hun' sabes a dónde vienes?". A lo que yo respondo con un "of course", sonrio y me meto entre mis dos amigos.

La verdad es que solamente he ido a bares de ambiente en Madrid. Y tampoco a muchos. Pero lo que sí que es cierto es que algunos de ellos me han dado un aspecto levemente curte. Y este tampoco parece el templo de la elegancia.

Tardo unos segundos en acostumbrarme a la oscuridad, el tiempo que invierto en localizar un billar a mano izquierda, una barra al fondo y unas mesas entre ambos. Unas mesas habitadas por respetables abuelitos moteros que comían de forma desaforada patatas fritas de bolsa...

Tomamos asiento en la barra. Aquí es frecuente que frente a ella haya una hilera de sillas. Y que la gente que se siente en ellas hable entre ellos. No necesariamente para intentar ligar sino simplemente por el placer de charlar. Nos sentamos y de repente siento que soy el foco de todas las miradas. Y no precisamente por lo estupenda que estoy, que sería lo normal, sino porque creo que aquí las mujeres no somos visitantes habituales. Lo curioso es que todas las miradas que siento van acompañadas de una sonrisa de bienvenida tipo: "no suelen venir mujeres pero nos encanta que estés aquí" así que pido una cerveza sin alcohol y me dispongo a disfrutar del rato.
En seguida el camarero (unos sesenta y con un problema no sé si de parkinson pero en cualquier caso un problema que le afectaba a la hora de agarrar las cervezas) nos saluda (ladies first) y me pregunta de dónde soy. Al decirle que española, comienza a hablarme de lo que conoce de España, de lo que le gustaría conocer Madrid y de lo nice y cute que soy yo :)

Mientras converso con el tipo, hago un segundo barrido al local. En la oscuridad asoman caras masculinas, con aspecto como de pasar el día, de estar en este bar como pudieran estar en una reunión familiar con los nietos. Y precisamente eso es lo que me llama la atención, probablemente porque al llevarnos Ketch imaginaba que el sitio iba a tener un público algo más joven... la edad media de los parroquianos era, siendo generosa, de 55. Así que cuando se miraba a las mesas y se veía a los respetables abuelitos comiendo patatas y bebiendo cerveza y a los de la barra hablando de la temporada de pesca, os garantizo que este club gay parecía mucho más el hogar del jubilado que un local de ambiente...
Tras habernos tomado la cerveza y haber visionado una peli erótica en la que había pixelaciones en las áreas de interés (creo que era como Mogambo antes de la censura, que al final era peor...), le pedimos al tipo la cuenta.Él me dice que a mí me invita. Que ha sido un placer que una dama como yo haya visitado su local.

Así que más contenta que unas pascuas por el detalle, me despido del oso de la entrada y sigo a mis dos amigos a nuestro próximo destino: Cheers.

lunes, 22 de agosto de 2011

Casas, quesos y cosas





Llegamos a Boston a media mañana. Un amigo de Eric nos ha invitado a pasar unos días, y a ambos nos ha parecido una buena idea, así que, relajados, nos hacemos la hora y media que separa West Hartford de Boston y antes de que nos demos cuenta, estamos divisando su skyline.

Boston es una preciosa ciudad de Nueva Inglaterra que yo conocí hace unos años. Aunque bien es cierto que no la conocí bien y que la experiencia de visitarla con dos americanos me parece muy interesante. No hay como ver las ciudades acompañados de sus habitantes.

La casa de Ketch está en un barrio llamado Windthrop in-the-sea. Parece ser que es un barrio obrero. Pero habría que repasar este concepto estando aquí. Es una de esas casas de madera blanca que tanto abundan y que serían la envidia de cualquier español de clase media que no puede ni imaginar poder comprar, en algún momento de su vida, algo ni lejanamente parecido . Además, sería absolutamente ilegal para la ley de costas. Está a una distancia ínfima del mar.

La casa tiene cuatro plantas y cuatro vecinos. Ketch tiene dos plantas pero cuando entras por su lateral, pareciera que lo haces a una casa independiente. Subiendo por la estrecha escalera con moqueta, uno no puede evitar recordar las casas inglesas. De hecho, Boston es la capital de Nueva Inglaterra, lo que asegura la influencia británica.

En la primera planta, nos encontramos con una cocina grande con una mesa con cristal circular al fondo. Y lo mejor de todo, tres ventanales que dan directamente al mar. No puedo imaginar lo que debe ser cocinar cada día con la compañía de la luz, del azul y del sonido de las olas...

A uno de los lados de la cocina, un corredor o terraza de invierno. Totalmente acristalada y preparada para aprovechar el sol y las vistas. Al otro, un salón decorado con muebles en wengé y con los mismos ventanales que la cocina. Luz a raudales y ausencia de tele por expreso deseo del dueño.

La planta se remata con una habitación enorme en la que dormiré yo y que huele a la misma gloria, con un ventanal en chaflán y un banco que dice "ponte aquí a leer un rato, anda...". Le hago caso y me siento en el banco de madera. Miro por la ventana y veo una preciosa casa celeste con una bandera americana. Detrás, una torre de agua con los colores de la bandera francesa. Todo combina, todo queda bonito...
Al lado de esta habitación, otra ocupada por el compañero de Ketch, quien, por cierto, debe ser un tipo ordenado y primoroso porque es lo que me dice su impoluta habitación.

En un lateral del salón, al igual que en un lateral de la cocina, sendas escaleras nos mandan al piso de arriba. Una de ellas, grande, con una barandilla de madera oscura y peldaños brillantes. La otra (parece ser que destinada a que subiera el servicio, una de las paradojas de que ahora esto sea un barrio obrero) mucho más estrecha y en espiral.

Esta da a un tercer dormitorio en el que cabe ampliamente una cama enorme y un sofá. Al lado de este, el que debe ser el dormitorio principal, con una extensión no menor de 40 m2 en el que además de una cama modelo "Las Vegas" (organizados, podría caber el Orfeón Donostiarra en pleno), un tresillo enorme, un enorme aparato de gimnasia, dos closet en los que caben una colección de cadáveres importantes (no sé por qué de repente me he acordado de "El silencio de los Corderos"), espacio para poder ser donante a los propietarios de mini pisos... y la que para mí es la joya de la casa: una terraza desde la que se ve y se siente el mar. Una gozada de proporciones estratosféricas donde acabamos el día bebiendo vino y charlando...

Una vez ubicados, nos acercamos a desayunar a un bar cercano. Y es entonces cuando podemos ver este barrio. La verdad es que no puede ser más mono, todo con casitas de colores, una luz preciosa y el mar al fondo, que siempre le da un color especial a todo.

Aparcamos frente a una barbería en la que parece que debiera estar Sinatra en sus mejores tiempos y nos dirigimos al bar. Al entrar, lo hago en el tunel del tiempo, y llego al 74, donde una joven Ellen Burstyn, encarnando el personaje de Alicia (sí, esa, la que ya no vive aquí), me sonríe, me saluda con un: "hey hun´how´re you doing?" y agarra su bloc para tomar nota de mi desayuno.

En el bar, diseminados como setas, diferentes perfiles: madre+hija+nieta desayunando, hombre barbudo enfrascado en su lectura, diversos habitantes del barrio sentados en las sillas altas de la barra hablando de lo divino y lo humano, e impresionantes polis sonrientes haciendo el break de su turno. Para quedarse imaginando historias toda la mañana...

Lástima que no podamos. Nos vamos a Cape Ann, a visitar algunos pueblos marineros de la costa. Al volver, y después de haber pasado un día magnífico, decidimos cenar en la terraza. Eric prepara una ensalada y un antepuesto. Chris (el primoroso room mate de Ketch) se une a nosotros. En la terraza preparamos unas brochetas de atún y gambas. Y bebemos vino. Y vemos cómo anochece. Y contamos las estrellas y visitamos las constelaciones. Y aún con el sabor del chocolate en la boca, nos separamos.

Pero yo llego a mi habitación y no puedo evitarlo. El banco del ventanal me sigue citando. Y le escucho. Pongo un cojín en mi espalda, subo los pies y agarro mi kindle. Y me siento en el paraíso. De verdad.

domingo, 21 de agosto de 2011

Back home



Este año mi viaje se ha gestado en tiempo de descuento. Realmente no tenía nada claro si iba a tener mi economía lo suficientemente saneada como para venir y ni siquiera sabía si en este momento vital era lo más conveniente. Pero después de recibir un email de Sue: "no quiero presionarte pero... ¿cuándo vienes?" y hacer -igualmente en tiempo de descuento- un par de trabajos imprevistos, me lié la manta a la cabeza y decidí venir.

El viaje -en stand by- agotador. Pasé 24 horas viajando y sin dormir, el enlace a Charlotte añade 4 horas al viaje (sin contratiempos, que los hubo) y al final una llega como si le hubiesen dado una paliza del quince.

Pero lo importante es que llegué. Y curiosamente, mi maleta lo había hecho en el vuelo anterior, así que llego incluso relajada a casa de Eric. En el camino empiezo a disfrutar del verde de Connecticut, de la amplitud de las autopistas, de la noche infinita...
Llegamos a la casa y es como llegar a la mía. Estreno mis llaves con el dibujo de la bandera americana y me tiro en el sofá. Y en menos de lo que canta un gallo estoy durmiendo como una bendita. Ese sueño profundo, denso, sin fin, que caracteriza las vacaciones.

Al día siguiente, un rayo de luz me despierta. Abro la cortina y veo las plantas del jardín de Eric y la frondosidad del bosque vecino. Y, al escuchar un ruidito, vuelvo a mirar. Y la veo. Seguro que ha adivinado que venía. Es ella, la misma, la inconfundible... la ardilla que cada mañana desayunaba conmigo. Esa con la que cada día tenía estupendos intercambios de miradas. Esa que solo huía cuando veía la cámara. Mi amiga la squirrel me saluda. Ya estoy en casa... :)