sábado, 5 de diciembre de 2009

Navidades en Connecticut





En Estados Unidos, dos días después de Thanksgiving, queda inaugurada oficialmente la temporada navideña. Es entonces cuando las casas se empiezan a decorar y con ellas, los jardines, las tiendas, los mall, restaurantes, hospitales, aeropuertos... en fin, todo todo. La máxima expresión es el encendido del árbol del Rockefeller Center, que se celebra con una gala navideña que, este año al menos, ha sido brillante.

En casa de Sue ponen el árbol el domingo. Es un árbol enorme, iluminado con minúsculas luces serpenteantes desde el ángel que lo corona a los juguetes y la flor de Pascua que tiene en su base (por cierto, que el caballito mecedora no es del agrado de Clive, que le ve como un rival y es a lo único que ladra). Los adornos los hizo Sue con cuentas doradas, primorosamente engarzadas en grupos de tres y diseminadas con adornos de figuritas varias.

Pero en eso no queda su decoración navideña: los peregrinos y los indios que decoraban la chimenea en thanksgiving son sustituidos por adornos plateados más propios de la estación en la que estamos. Las toallas se cambian por otras rojas con copos de nieve, los tupperware clásicos por otros con dibujos de Santa... y hasta Sue y su madre cambian sus forros polares lisos por otros con abetos y renos... total!!!

En la radio ya solo escuchamos la 100.5 que desde el día después de acción de gracias ya comienza a emitir hasta el 1 de Enero exclusivamente música navideña (uno podría pensar que si fuese M80 se repetirían los villancicos hasta el suicidio colectivo de los oyentes, pero esta emisora de Nueva Inglaterra se encarga en demostrarnos que no solo Bing Crosby y Dean Martin hicieron música navideña sino que desde los Beach Boys a Barry Manilow, pasando por McCartney o Shakira...)

Yo creo que no tengo una opinión muy definida sobre la navidad: a veces me encanta y otras veces me pone triste... incluso a veces me hace odiarla. Sin embargo, cuando voy conduciendo por estas carreteras entre bosques mágicos y veo las casas iluminadas con millones de minúsculas lamparitas o renos de jardín hechos de seto mientras escucho la 100.5 no puedo evitar enamorarme.

Y, de hecho, me resulta mucho más complicado cuando, sin darme cuenta, acabo coreando este clásico que cantaron desde Marilyn a Kyle pasando por Madonna:

Santa baby, just slip a sable under the tree, for me
Been an awful good girl
Santa baby so hurry down the chimney tonight

Santa baby, a '54 convertible too, light blue,
I'll wait up for you dear
Santa baby, so hurry down the chimney tonight

Think of all the fun I've missed,
Think of all the fellows that I haven't kissed
Next year I could be just as good
If you check off my christmas list



miércoles, 2 de diciembre de 2009

Margaret O'Brien y la pista de hielo del Rockefeller Center



Ayer estuve en Nueva York. Y como lo bueno que tiene volver a los sitios es que hay lugares imprescindibles que ya has visitado, te puedes dedicar a visitar "los caprichos". Y para mí había uno prioritario: ver la pista de hielo del Rockefeller Center.

Después de un agradable viaje en tren con Kerrie desde una apeadero clónico de los que existen en Disneylandia (obviamente basados en lugares reales, como las pelis) y de llegar a una abarrotada Grand Central Terminal, nos encaminamos, con menos frío del que pensábamos, hacia el Rockefeller Center.

En el camino paramos a compartir un lunch en un lugar repleto en el que sorprende la rapidez de los camareros. El 80% de la gente que acude a este lugar lo hace para "take away", o sea, para llevarse a la ofi la comida, en su mayoría sandwiches o ensaladas. Kerrie me dice que normalmente invierten un máximo de 20 minutos y que la mayoría come en una sala habilitada como cocina en la empresa.

Nosotras nos sentamos en unos taburetes altos mirando hacia la calle. Y la verdad es que es mucho más entretenido que algunas de las últimas películas que he visto. Un ir y venir de los más heterogéneos grupos humanos que uno podría imaginar: yuppies, raperos de color, mujeres extravagantes, judios con rizos en las patillas, cowboys de ciudad, homeles... de todo. Realmente aquí no haría falta ver la tele para entretenerse.

Nos metemos en la masa humana intentando esquivar a los rápidos y llegar sanas y salvas a la quinta avenida. Al llegar allí, obligada parada para mirar al cielo. La silueta de los rascacielos cortándose en el cielo azul es impresionante. Una y mil veces que venga a esta ciudad, una y mil veces me parecerá maravillosa.

Después de respirar hondo y sentir como NY huele a navidad (el escaparate de Saks con maniquies con maravillosos vestidos de gala rojos es simplemente impactante), cruzamos hacia donde la masa humana es mayor: el Rockefeller Center.

Al cruzar la plaza, donde hay preparado un stand de televisón (según Kerrie para retransmitir en directo el encendido del árbol de navidad, que, por cierto, es de Connecticut) intento llegar sana y salva hacia donde está la pista. Y lo consigo.

Y ese momento es especial. Miro la pista y tengo la misma sensación de la primera vez que estuve, que es un lugar más pequeño de lo que aparece en las pelis, pero que tiene tanta magia o más.

En la pista, no más de cuarenta personas patinado. Niños, jovenes y adultos patinando en la misma dirección y no sé si dándose cuenta de que son muy afortunados por estar viviendo ese momento en ese lugar.

Hago una y mil fotos. Intento meter en el fotográma el árbol gigante, el rascacielos y la pista, algo ajustaditos, la verdad. Lo consigo. Y cuando, de repente, y no se de donde, se empieza a escuchar un villancico, tengo que parar. Y, como esa escena de ghost en la que Patrick Swayze sale de su cuerpo y se ve a si mismo desde arriba, me veo situada en esa escena. Y tomo aire y huelo la navidad. Y escucho la música y ella me trae recuerdos: de la cola del cine Imperial en fiestas, de la Plaza Mayor y su música de fondo, del múerdago y el acebo, del oyeniñodequieneres que cantábamos frente al belén, de los regalos bajo el árbol, de la pandereta, del odiado verdugo y la bufanda, de las tres hermanas vestidas iguales para las fiestas.. y de esa escena de "Cita en St Louis" en la que Judy Garland le canta a Margaret O'Brien ese maravilloso villancico... y de lo que este me recuerda a mamá, y a lo que nos quería, y su ausencia...

Y mientras observo como la gente patina, y se cae, y rie, doy gracias al cielo por vivir este instante. Y me giro y sonrío a Kerrie, que probablemente no imagine todo lo que me ha pasado en un minuto. Y con ella, agarradas del brazo, bajamos riendo por la quinta avenida...