martes, 22 de noviembre de 2011

Nueva Inglaterra


No recuerdo bien a qué edad comencé a leer a Twain. Como mucho, 10. Lo que si recuerdo con claridad es la sensación de entrar en un mundo nuevo, desconocido, mágico y aventurero, muy diferente al que en aquel momento yo vivía con mi familia en Madrid, y en mi cole de gris uniforme.

Desde entonces, no sé las veces que he leido a Mark Twain. Tantas, que Tom, Huck, Beckie y el indio Joe pasaron a ser parte de mi familia. Tantas, que cuando hace un par de años fui a visitar la casa de los Twain en Hartford (en realidad allí se ve la casa de los Clemens), no pude evitar el volver a vivir todos esos momentos felices de mi infancia. Visité la casa, acaricié la madera de la barandilla que tantas veces tocarían los Twain y me senté en el rincón en que el escritor le contaba cuentos a sus hijas. Y lo sentí. ("volver a los diecisiete, después de vivir un siglo...)

Puede que esta sea la razón por la que me gusta tanto Nueva Inglaterra. O quizá no, porque la mayoría de las novelas de Twain están ambientadas en el sur, lejos de aquí. Pero tanto da. Ya sabes que si uno siente algo normalmente existe un motivo detrás. Y yo a Twain le siento en Nueva Inglaterra. Le siento en los ríos, en las cabañas, en la luz.

Ayer visitamos algunos de los pueblos de por aquí, fuimos de compras (arruinada estoy) y luego nos dimos un paseo por Hammanasset beach, una playa salvaje entre dunas que es, para mí, un lugar muy especial.

Ayer, mientras paseaba por estos preciosos lugares, de nuevo, como cada vez, me dejé sorprender por la luz anaranjada de Connecticut, las nubes infinitas y el espíritu, al menos, de Tom Sawyer...