domingo, 4 de septiembre de 2011

Will you marry me?


Hay algunas tradiciones americanas que me ha encantado experimentar: he vivido la fiesta de acción de gracias, he hecho una fogata con marshmallows, he participado en una clase en la High School y hasta me he levantado a las tres de la mañana para hacer las interminables colas en los comercios en el Black Friday...

Hay algunas otras que me gustaría probar: ir a un entrenamiento de "cheerleaders", asistir a una fiesta de graduación y sobre todo, hacer de bridemaid (dama de honor) en una boda típicamente americana.

De estas tres últimas ilusiones, es la boda americana en la que tengo más esperanzas. Y esta esperanza tiene un nombre: Emily
En este momento es mi única posibilidad, porque cuando Talia se case yo seré una respetable abuelita, y no se si las admiten como damas de honor...

Creo que en Estados Unidos hay una concepción de las bodas diferente a la que tenemos aquí. Sin ir más lejos, estas diferencias comienzan con la petición de matrimonio y el anillo de compromiso

Una de las cosas que me llaman la atención de las estadounidenses es que todas llevan siempre puesto su anillo de compromiso. Tanto da que vayamos de compras, a la playa, al cine o a plantar tomates en la huerta. El anillo va con ellas siempre. Y claro, este anillo no es ninguna tontería, sino que para ellas es muy importante (de hecho se espera un esfuerzo económico por parte del novio, se supone que si el anillo es una piltrafilla tu novio no te valora mucho)

Así que después de que tu novio se gasta un congo en regalarte un anillo con un diamante, lo menos que se espera de ti es que lo amortices a lo largo de los años. Yo conozco pocas amigas a las que les hayan regalado un anillo de compromiso (en mi caso fue un reloj) pero lo que si que tengo claro es que no lo llevan perennemente como si estuviera tatuado en su dedo.

Una vez comprado un anillo especial en el que has invertido mucho dinero, el siguiente paso es pedirle a la novia que se case contigo. Y en esto también España es diferente. Recuerdo que Rick me contaba que llevó a su mujer al punto más alto del Quechee
Gorge en Vermont y allí, rodilla en tierra, le pidió en matrimonio. A Stef, David le puso el anillo en el árbol de navidad, a otra amiga se lo metió en el postre de la cena... lo curioso es que todas ellas recuerdan ese momento como algo especial.

A mí no me pidieron en matrimonio. Simplemente decidimos casarnos. Y como yo, creo que lo mismo le ocurrió a la inmensa mayoría de mis amigas y de las españolas que se han llegado a casar. Muy poco romántico. Muy poco especial. Como si se estuviera decidiendo el color de pintura del salón.

Cuando me cuentan estas historias, tengo que admitir que siento una cierta pelusa. Yo creo que cada momento bonito de la vida (y este debería ser uno de los mas bonitos) debería tener algo que lo hiciera inolvidable. Y lo que es obvio es que en el caso de todas estas mujeres, lo fue.

Tampoco (salvo excepciones extraordinarias) conozco peticiones de matrimonio tan preparadas, tan especiales como las de los americanos. Y una se pregunta si esto se debe a que ellos son más románticos, si desean con todas sus fuerzas que ese momento sea inolvidable para ambos o si simplemente es una costumbre.

El caso es que lo hacen. Y que yo, ahora mismo para cumplir una de mis ilusiones necesito que Sam compre un anillo, prepare algo especial y le pregunte a Emily: will you marry me?