jueves, 16 de julio de 2009

Sunny day in Durham


Aun con hebras de jet lag, amanezco primero a las seis y luego a las ocho (otra de las características de las casas de por aquí es que en su mayoría no llevan las persianas como equipamiento de serie, lo que hace que, para alguien que está acostumbrado a dormir en la oscuridad total, el primer rayo de luz de la mañana sea el que le haga despertar).Tengo suficiente tiempo para recoger todo, antes de salir para Durham donde Sue, la madre de Eric, me espera para pasar juntas el día (o al menos eso me ha parecido entender en la conversación telefónica que tuvimos ayer).
Lo primero que hago tras salir de la casa es rezar. Sí, también rezo por algunos de vosotros, pero en este caso focalizo mis esfuerzos en rezar para que el tom tom encuentre la dirección y me lleve sana y salva. Bien!!. Lo consigue y voy despacito (no tanto como para que me pongan una multa -ya me avisó Delia que podía pasar- pero si lo suficiente como para ir tranquila), escuchando música y disfrutando del paisaje.


Durham
está a una media hora de aquí. Una parte del camino se hace por la highway, pero en un momento determinado se atraviesan algunos pueblos (no en el concepto hispánico de atravesar, en el que puedes darle la mano a la yaya que está tomando el fresco a la puerta de su casa), sino que a veces el camino coincide con alguna de las calles principales de estos pueblos.

Con mi habitual memoria de pez sería incapaz de recordar el nombre de uno tan siquiera, pero la mayoría de ellos tienen una hilera de tiendas encantadoras, una iglesia con una aguja larga y un parque absolutamente inmaculado. Al pasar también veo un puente magnífico. Y me digo que tengo algún día que parar para hacerle fotos porque es un puente precioso, muy diferente a los que se llevan por mis pagos.

Llego a Durham y de nuevo doy gracias al cielo por el progreso. Mi tom tom me deja exactamente en la casa de Sue. Me paro al principio del camino para disfrutar la vista: una colina con árboles y un par de caminos de arena que llevan a una casa colonial, enorme, como la de la dama y el vagabundo. Blanca, de madera, con una enorme bandera americana ondeando en un porche con flores de colores y sillones blancos de mimbre. Alrededor de esta casa y situadas como las setas de pitufolandia, algunas otras viviendas, igualmente blancas y una especie de cobertizo pintado en rojo óxido con una enorme estrella en su frontal. Inmediatamente, uno desearía vivir aquí.

Sue me recibe con un abrazo. Como si me conociera de toda la vida. Me presenta a su marido y me enseña su casa. E inmediatamente cogemos el coche para un paseito de reconocimiento por la zona. Pasamos por una zona residencial que me recuerda a Wisteria lane. No me cuesta nada imaginar a cualquiera de las desesperadas mujeres viviendo por aquí. Atravesamos algunos pueblos y me enseña dónde estan las tiendas imprescindibles (en ese momento no quiero comentarle nada sobre mi memoria porque la mujer lo hace con toda la ilusión...)

Más tarde compartimos un snack para comer y volvemos a la casa. Mientras ella va al dentist, yo me dedico a dar un paseo y disfrutar de esa colina, de esa hierba verde infinita, del pequeño lago, de los patos... Me siento un rato en un banco bajo un arbol y simplemente disfruto...

Al rato llega Sue que me pregunta si quiero un vino para el paseo. Le digo que es un poco pronto para mí (es lo que tiene el cambio de horarios), así que ella coge el suyo y me lleva a un pequeño cochecito de golf que tiene en el garage. Me subo e inmediatamente pienso que Nachete tiene que venir aquí y vivir todo esto, subir por una colina con Sue y su vino estrategicamente situado en el volante, viendo los patos, los caballos y perseguidos por un par de perros que juegan con nosotros.

En un momento determinado, Sue se dirige hacia la carretera. Le pregunto si ese cochecito puede ir. Y me dice que no. Y le pregunto si aquí está permitido conducir mientras te bebes un vaso de vino. Y me dice que tampoco. Y al decirlo, se le pone esa sonrisa que debió estrenar cuando tenía cinco años. En ese momento decido relajarme y disfrutar de ese paseo en el que compartimos charla con amigos, conocemos a un nuevo vecino y saludamos a todos los que pasan por allí.

El día termina con una cena en una mesa en el mismo paraiso: steak a la parrilla, ensalada Cesar y raviolis con espinacas de guarnición. Compartimos la mesa con Nancy, amiga de Sue y hablamos de lo divino y lo humano y de ir a ver a Sting a Boston. Y entre broma y broma descubro que me puedo matar de risa en inglés. Y esto me mola.Mucho.


1 comentario:

  1. Me encanta leerte, hija. Casi parece que esté de vacaciones contigo. Si no te importa me apunto a tu viaje de manera virtual. Es como un peli :D Un besote.

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